Martes 15 de julio 2025

No es lo mismo que vivir, honrar la vida

Redacción 28/07/2024 - 00.06.hs

Es persona de asumir compromisos. Fue trabajador gráfico, gremialista, militante político y social; y como tal protagonista de una histórica huelga de hambre. Además un luchador de la causa del Atuel.

 

MARIO VEGA

 

Hay gente que anda por la vida haciendo cosas… es ese tipo de personas que estarán allí donde se las precise… Jorge Oscar Rojas (70), El Negro Rojas, es así, alguien que vive intentando acompañar desde un segundo plano, porque no le interesa el protagonismo excesivo, ni ubicarse en el mejor lugar para la foto. Esto es, sin hacerse notar demasiado.

 

Es un tipo sencillo, bien de barrio, que casi sin proponérselo colaboró con la sociedad de distintas maneras. Pero siempre como segunda guitarra, que es el modo que él prefiere.

 

¿Si lo desmerezco con esa apreciación?

 

Nada que ver. Si dicen los que dicen saber que John Lennon –nada menos- ha sido la mejor segunda guitarra de la historia del rock… Mi amigo no es un beatle, pero sí es una segunda guitarra de la vida… Un hombre de familia, de acendrados valores, con un claro compromiso con la gente de su clase –que es la mía--, y con las cuestiones sociales y políticas de su tiempo.

 

Juntos en La Arena.

 

Lo conocí cuando llegué a La Arena hace muchos años, allá por 1978 –el era tipeador, y de los buenos- y enseguida pegamos onda y me recibió con cordialidad. Desde entonces somos amigos. Él era ya un “veterano” en el laburo porque había entrado algunos años antes, e incluso había sido canillita cuando pibe.

 

Luego, ya como personal de planta en 1972 (primero a prueba), le tocaron momentos inolvidables de la historia de este diario. Desde la bomba que el 4 de agosto colocaron en la sede de 25 de Mayo y destruyó buena parte de las instalaciones; hasta el golpe militar de 1976 cuando tanquetas y efectivos del Ejército tomaron la Redacción y los talleres y encarcelaron a varios de los que esa noche estaban trabajando. El Negro tenía nada más que 19 años y asistía azorado a acontecimientos que iban a marcar el destino de nuestro país, y también le determinaría a él en qué lugar ubicarse.

 

Su formación.

 

Hizo la primaria en la Escuela 180 –siendo de la Villa no podía ser de otra manera- y luego una parte del secundario que no concluyó en el Ayax Guiñazú.

 

Pero, no obstante y aunque lamenta no haberlo completado no le faltó formación a Jorge, porque leyó mucho –todo lo que llegó a sus manos- y no se perdió la oportunidad de frecuentar a verdaderos personajes de nuestra cultura popular.

 

Se sorprende cuando le digo de hacer esta nota. “¿A mí, por qué?”. Y la respuesta es sencilla, porque lo cierto es que el Negro tuvo una vida cargada de vicisitudes, de experiencias que lo fueron forjando hasta llegar a este momento en que disfruta de su familia, su esposa, sus hijos y sus nietos. Aunque una pena le ronda el alma porque su mamá (90 años) no está bien.

 

Familia de laburantes.

 

Cleofe Iris Moreyra fue la “modista” del barrio, y su padre Oscar estuvo dedicado a la construcción (falleció a los 66), tarea a la que muchas veces se sumaban sus hijos varones, incluido obviamente Jorge. “Algunos secretos del oficio nos enseñó”, dice.

 

“Si habremos escuchado día y noche el ´traqueteo’ de la máquina de coser ‘Godeco’, que era a pedal… mamá además tenía la habilidad de sastre, y a veces hasta le hizo el vestido de novia a algunas de sus nueras, y la ropa a nosotros”.

 

Jorge es el mayor de nueve hermanos. “Me siguen Ismael, Graciela, Alberto,

 

Omar (secretario del SOEM), Elsa, Carlos, y los mellizos Daniel y Lucía. Tres de ellos viven en La Plata”.

 

La novia de siempre.

 

Está casado con su novia de la adolescencia, Norma Beatriz Gallinger (Pochi)… “Noviamos desde que ella tenía 14 y yo 17, así que hace una pila de años que estamos juntos. Tenemos tres hijos, Carina Beatriz (gastronómica, a cargo de Aromas y Sabores), Jorge Sebastián (con comercio de venta de insumos de salud); y Florencia Mariela (docente recibida en el Crear). Tres son los nietos que, inteligentes, le salieron hinchas de River: Thiago Benjamín (20), Simón (16) y Francisco (13).

 

Jugando bajo el farol.

 

Como no podía ser de otra manera atesora los mejores recuerdos de su barrio. “Nacimos todos en Villa Santillán, y vivíamos en la calle Delfín Gallo, frente a la que es hoy la Plaza Martín Fierro… cuando éramos chicos era un baldío donde había dos ranchitos. Eran épocas de mucho viento, y los arenales se formaban sobre los reparos de las viviendas, cercos, alambrados que, usualmente, dividían los terrenos de las casas y se llenaban de cardos rusos”, rememora.

 

Por supuesto la pelota era el juguete de los chicos del lugar… “Primero la de trapo, y alguna vez aparecía una de cuero para felicidad de todos”, y para armar esos picados que terminaban cuando el día se hacía tinieblas… Ver correr esos muchachitos a la luz tenue del farol era casi una pintura “surrealista… “Apenas se veía pero a nosotros no nos importaba nada”, completa.

 

Y allí estaban los Rojas, y también los Sequería, Zamora, Oberts, Alzamendi, Gallinger, Kunz, Rolhaiser, Sosa, Loyola, Herrera…

 

Siempre el trabajo.

 

A los 10 años Jorge empezó a vender La Arena “con otros pibes de mi barrio. A los 13 pensé que tenía que aprender a escribir a máquina con Mary Crespo, una vecina…”. No sabía que sería determinante en su vida laboral.

 

Se escribía –años ‘60 y ‘70- con las clásicas Remington y Olivetti, y él resultaría un excelente dactilógrafo.

 

En esos tiempos solían aparecer en los diarios ofertas de trabajo con el requisito de saber dactilografía. “Y así empecé en el diario La Arena en 1972, primero a prueba…”.

 

Un tipeador de los mejores.

 

“Era curioso y me afanaba por conocer el oficio, al punto que cuando terminaba mi horario generalmente de día, me quedaba a matear con los compañeros de turno de los distintos sectores del diario… Lo mío era volcar a la única fotocomputadora digital que había entonces –una enorme caja- el material que los periodistas redactaban en las máquinas de escribir…”.

 

Y era tan bueno El Negro en eso que aún cuando tipeaba “a mil” no tenía yerros, y a veces hasta se daba el tiempo para preguntarle a un cronista si lo que había escrito estaba bien o se había equivocado en algún término. Es decir, no sólo movía sus dedos con singular habilidad, sino que también iba interpretando lo que estaba escrito. Sí, un verdadero profesional del oficio.

 

Aquellos periodistas.

 

En esa Redacción de los años ‘70 había plumas de las más importantes que se conocieron por aquí, como Saúl Santesteban, Jorge Roo, Juan Carlos “Pinky” Pumilla, Raulito D’Atri, Armando Tello, Carlos Monasterio, don Julio Alvarez Murgiondo, José Higinio Álvarez, Vicente Gradilone y León Nicanoff. Y como fotógrafos Pablo De Pian, Ricardo Echaniz (padre), Miguel Godoy, La Chola Fernández… Oficiaban de correctores Rosalba D´Atri (tiempo después presidenta del Directorio de la empresa muchos años), Tita (la esposa de Raulito), Cristina Álvarez y los jóvenes Sergio, Irina y Leonardo Santesteban.

 

“Con todos ellos compartí hermosos momentos, de debates, propuestas, discusiones ideológicas o políticas. Eran tiempos de procesos dinámicos, con cambios contínuos… sectores del trabajo con sus huelgas por tiempos indeterminados, Cámpora en el gobierno, el regreso de Perón, y tantos hechos que conmovieron… el asesinato de (Juan Ignacio) Rucci, el de (Rodolfo) Ortega Peña (abogado defensor de sectores políticos y gremiales). Arreciaba la violencia política en ese momento, y aparecía la famosa y asesina Triple A. “Había una sociedad convulsionada, y con todo eso la Redacción era el centro de debates profundos… Te imaginás, con 19 años me interesaba todo e iba comprendiendo lo que estaba pasando”, repasa.

 

En Editorial Extra.

 

Jorge paralelamente empezó a tener más trabajos, y así se sumó al equipo de Editorial Extra, en la imprenta de Osvaldo Cantera, donde se editaba la revista “Divisas” y el Semanario “Mi Tierra”.

 

Fue una importante fuente de trabajo en la época de la dictadura, porque muchas personas que habían sido prescindidas por razones ideológicas andaban por allí. “En lo periodístico-editorial, estuvieron Pinky Pumilla, Walter Cazenave, Lalo Gigena, Carlitos Muñoz; como fotógrafos Joaquín Rodríguez, su hijo Jimmy y Alberto ‘Chuchú’ Aguirre”, puntualiza.

 

Se editaban libros y se imprimían semanarios de Rivera, Pellegrini y Castex. “En Extra se hizo el libro Geografía de La Pampa, de Walter Cazenave, Raúl Hernández y Norma Medus. Es la única edición de un libro de esas características que se incluyó en la enseñanza de nuestros colegios”, expresa.

 

En la Legislatura.

 

En 1983, con el advenimiento de la democracia, hubo que estructurar la Cámara de Diputados, y se hacía necesario organizar la imprenta donde se haría el Diario de Sesiones.

 

Lito Maldonado –también con muchos años en La Arena- estuvo a cargo, y participaban otros funcionarios como Oscar De María y Rodolfo “Pildoro” Gazzia. “Y me sumé… A los pocos meses se produce el fallecimiento de Lito y me tocó subrogar sus funciones… Estuve al frente hasta mi jubilación en 2013”.

 

“No fue fácil adaptarse porque había que abandonar viejas tareas mecánicas para ir a la era digital. Costó aceptar esos cambios, pero hoy es normal en las tareas de todas las profesiones y en nuestras propias vidas”, evalúa.

 

Un hombre comprometido.

 

Jorge Rojas fue activo participante del Gremio Gráfico, y fue parte de las paritarias de los años ‘70. “Ahí trabajamos para clasificar las distintas tareas o funciones para incorporarlas según el Convenio Colectivo de Trabajo vigente”.

 

Jorge fue militante del Partido Intransigente que tenía como líder a Oscar Alende. Recuerdo que en esa época el Ruso Di Nápoli tenía la librería Amerindia a metros de La Arena y nos afilió creo que a 15 laburantes del diario. “La consigna era ‘Liberación o dependencia’, y eso se debatía en sectores progresistas del arco político, gremial y social de la época. Fui también candidato pero…”. Y se ríe cómplice sabiendo que yo también estuve en alguna lista y es verdad: no llegamos a nada.

 

“Pero nos sirvieron para crecer esos debates profundos sobre el pasado y la actualidad”, me dice como para conformarme.

 

Aquella huelga de hambre.

 

Se avecinaban las elecciones de 1983, pero todavía había rémoras de una dictadura feroz. Aquí en Santa Rosa hubo una decisión de un grupo de afiliados para reclamar por un militante del PI desaparecido en Corrientes. Y así se organizó una protesta inédita: una huelga de hambre que duró varios días.

 

José Perrota, Aníbal Prina, Miguel De La Cruz, Carlos Ortellado y Jorge Rojas se instalaron en la plaza San Martín y tuvieron el apoyo de sectores sociales, políticos y gremiales. Pero también hubo otro tipo de manifestaciones, y así lo recuerda Jorge: “Sufrimos provocaciones e insultos… se decía que algunos que nos fotografiaban eran ‘Servicios’, y no faltaron un par de señoras que supongo eran familiares de militares que nos escupían. Por las noches nos cuidaban con guardias otros militantes y amigos”.

 

Llegaron a recibir la solidaridad de quien semanas más tarde sería ungido presidente. “Sí, nos saludó Raúl Alfonsín que andaba de campaña por aquí, y también Adolfo Pérez Esquivel y Dante Caputo. Cuando la huelga cesó hubo una toma de conciencia, y algunos consideran que esa huelga fue el germen de la organización de los Derechos Humanos en La Pampa”, señala.

 

La experiencia de CoArte.

 

Inquieto como es el Negro no dudó en aceptar la propuesta de su amigo Roberto Yacomuzzi. “Le di una mano en la organización cultural poética-musical, con la tarea de administrar y organizar proyectos”.

 

Corría el año 1995 y nacía CoArte (Cooperativa de Trabajo del Arte), en el edificio donde se editaba el diario La Capital, en la calle Pellegrini. Allí se integraban músicos, poetas y escritores, entre los que estaban el propio Yacomuzzi, Lalo Molina, Tucho Rodríguez, Paulino Ortellado, Julio Domínguez “El Bardino”, Pablo Fernández, Alfredo y Luis Gesualdi , Pedro Cabal, “El Negro” Dasso, de Victorica, el “Duo Epú Antú” (con “Petiso” Sánchez y Cachi Aguirre).

 

“Fue una movida impresionante, y allí se gestaron recitales, muestras pictóricas, artesanales, teatro, danzas folklóricas… Fue fantástica”, evoca con nostalgia.

 

La Peña del Negro Rojas.

 

Sería precisamente en CoArte que empezó a soñar “la posibilidad de gestar un espacio que tuviera que ver con lo artístico y lo gastronómico. Y así nació El Ombú, donde hubo recitales de artistas locales, y la presentación de figuras como Juan Falú, Julio Lacarra, Jorge Víctor Andrada, los riojanos Pancho Cabral y el Lapacho Dúo, Los Otros Visconti… “Pero viste como son las cosas en este país. La crisis del 2001 me llevó a cerrar… pero inquieto como soy no me quedé quieto, y en 2006 puse Aromas y Sabores, en la calle Alsina 25, porque muchos que iban a El Ombú me pedían por las empanadas… Y nos fue muy bien, siempre acompañado por mi esposa y mis hijos. Llegamos a vender 70, 80, 100 docenas de empanadas por día. Una vez nos pidieron 800 para un encuentro nacional del Partido Socialista que se hacía en el Club Estudiantes”, cuenta.

 

El presente.

 

Hoy, jubilado, Jorge sigue disfrutando de los muchos amigos que cosechó con su don de gente, y por decir siempre presente allí donde lo necesiten.

 

Por eso, en su quincho –amplio y confortable lugar- son frecuentes las noches de encuentros y guitarreadas… y de empanadas, locros y guisos. Porque la cocina es otro arte que Jorge maneja con maestría.

 

Es de esas personas que no tienen máculas, intachable, solidario… Y bien que él puede decir, como canta Eladia Blázquez, que “no es lo mismo que vivir, honrar la vida…”.

 

Y sí, no es John Lennon claro, pero vaya si es buen tipo mi amigo… El Negro Rojas.

 

La noche del golpe.

 

Podría tranquilamente escribir un libro Jorge Rojas con tantas historias vinculadas a su paso por este diario. Fue testigo de la detención de trabajadores de La Arena la noche del golpe de 1976. Antes, cuando el 4 de agosto de 1975 la bomba explotó en el edificio de 25 de Mayo, había estado a los pocos minutos del suceso observando azorado los destrozos que había causado.

 

“De casualidad no hubo víctimas, porque si bien no se imprimía el diario, algunos muchachos del taller aprovechaban a salir los sábados a la noche y a veces terminaban durmiendo en el diario, porque tenían las llaves”, cuenta ahora.

 

Agrega que la noche del golpe “Saúl (Santesteban) me llevó en auto hasta mi casa frente a la plaza Martín Fierro, y se empezaba a escuchar la marcha de los tanques… Al volver a su casa, al rato Saúl era detenido”.

 

Hubo muchos privados de la libertad esa noche, cuando la Junta Militar derrocó a Isabel Martínez de Perón.

 

Rojas tiene bien presente además cuando pocos días más tarde, alrededor de medianoche, “en momentos que ya se terminaba la edición irrumpió un comando de policías con carro de asalto y otros móviles, con una orden de clausura. A los que estábamos al cierre del diario nos obligaban a aceptar órdenes, como por ejemplo entregar las llaves del edificio, y también de nuestros autos, en mi caso un Renault Dauphine. Estábamos los empleados del sector gráfico… Aquiles Badillo, Lito Maldonado, Miguel Godoy, mi hermano Ismael (tipográfo) y yo. Nos llevaron a la Seccional Primera, y al rato fueron a buscar a Don Raúl D’Atri, que vivía en una casa de la avenida Perón”.

 

A varios de esos trabajadores les tomaron los datos y los dejaron ir; pero algunos periodistas continuaron detenidos.

 

“Lo que siempre tengo presente porque vi la nota fue una amenaza escrita (tirada por debajo de la puerta) que recibió Saúl… y al poco tiempo vino lo de la bomba”, completó.

 

Navegando por el Atuel.

 

“Konumpanien” (guardar en la memoria) es un grupo de amigos que siente la pampeanidad a flor de piel. Era el 28 de abril de 2001 cuando iniciaron una travesía que los marcó, y que contribuiría a volver a poner en agenda un tema tan sensible como la reivindicación de los derechos de nuestra provincia sobre el río Atuel.

 

Fueron 12 personas que, en gomones, navegaron por el Arroyo de la Barda (brazo del Atuel), que en ese momento escurría con un caudal de 20 metros cúbicos por segundo. “Era una aventura que dejaba demostrada la importancia del río para el Oeste, y de todas las posibilidades que nos niega Mendoza desde hace tantos años”, explicó Rojas.

 

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