Miércoles 09 de julio 2025

Un viaje al pasado cincuenta años atrás

Redaccion 14/11/2020 - 22.12.hs

Una vieja maldición china reza: «ojalá te toque vivir en tiempos interesantes». Las implicancias de la frase impactan. Conforme esta sabiduría, sólo sería posible la felicidad en tiempos de rutinaria y aburrida normalidad. Pues bien, tal parece que al mundo en 2020 le tocó padecer aquel anatema. Y ya no quedan dudas, éste será recordado como el año de la pandemia, y nuestras vidas pasarán a relatarse inevitablemente en un antes y un después, y en el cómo logramos sobrevivir.

 

Cincuenta años.

 

De haber vivido en tiempos menos interesantes, podríamos habernos dedicado este año al viejo arte de la reminiscencia. Llevar nuestra mirada cincuenta años atrás, por ejemplo, para tratar de descubrir en qué momento fue que el mundo se fue al traste, y autocongratularnos de encontrar argumentos para condenar a 1970 como la fuente de nuestras desgracias.
Como el lector bien sabe, el mundo fue y será una porquería, entonces y ahora. Pero hagamos el intento, por ejemplo, de transportarnos a aquella época. Más precisamente, a la segunda semana de septiembre de 1970, momento en que se produjeron dos hechos aparentemente inconexos, pero que bien podrían ser la base de una tesis doctoral que nunca escribiremos. Ya bastante trabajo tenemos esquivándole al coronavirus.
Los hechos en cuestión son la muerte por sobredosis, a los 27 años, de Jimmy Hendrix; y la publicación en el New York Times de un artículo firmado por un entonces ignoto economista llamado Milton Friedman, titulado, nada inocentemente, «La responsabilidad social de las empresas consiste en incrementar sus ganancias».

 

Flower power.

 

Se coincide en identificar a la muerte de Hendrix -uno de los más geniales guitarristas que hayan existido- con el fin de los años ’60. Una muerte que fue acompañada, y en parecidas circunstancias, por otros miembros del «club de los 27», que entonces integraban el cantante de The Doors, Jim Morrison, el guitarrista de los Rolling Stones, Brian Jones, y la gran cantante Janis Joplin (tardíamente se sumarían a este club, ya en nuestro siglo, el líder de Nirvana, Kurt Cobain, y la cantante inglesa Ammy Winehouse, pero ese ya es otro cantar).
Que varios de los ídolos de la juventud de entonces fallecieran tan tempranamente por abuso de drogas, debió operar como un cruento despertador para los sueños de aquella generación, que incluían como slogan la paz y el amor, pero que también produjeron avances significativos en causas progresistas tales como la ecología, el feminismo, el combate a la discriminación racial y a la homofobia.
Hoy resulta de una ingenuidad casi criminal, pero en aquellos años había quienes creían en las drogas como una solución política: hasta se animaban a vaticinar que si los líderes mundiales experimentaran con LSD y sus efectos expansores de la conciencia, la paz del mundo estaría garantizada. No había forma de que estos muchachos no terminaran en un rutilante fracaso, tal como ocurrió.

 

Money.

 

Y mientras ellos se recreaban alterando su estado mental, en las usinas del capitalismo se estaban cerniendo los nubarrones de una tormenta. Y el artículo de Milton Friedman, entonces una curiosidad académica, proveyó de una ideología férrea, que en buena medida rige al mundo hasta el día de hoy.
El argumento de Friedman es que las empresas no tienen que distraer esfuerzos en pavadas como la responsabilidad social, la contaminación ambiental, o los derechos de los trabajadores a un salario digno o a una cobertura médica razonable. Lo que las empresas tienen que hacer, enfatizaba, es dinero. Como rezaba el personaje de Michael Douglas en la película «Wall Street» de Oliver Stone, «la codicia es buena».
Ese slogan funcionó como el principio del fin del «estado de bienestar» que caracterizó a la economía de buena parte del mundo desde la posguerra. Luego vinieron el abandono del patrón oro (1971), la crisis del petróleo (1973), la «revolución conservadora» de Reagan y Thatcher (años ’80) y, con la caída del bloque socialista (1990), la pérdida de todo freno para el capitalismo salvaje.
Los resultados están a la vista: desde entonces, el crecimiento económico se desaceleró, la economía real cedió terreno al mundo virtual de las finanzas, los salarios de los trabajadores cayeron sistemáticamente, y la concentración de la riqueza en pocas manos adquirió niveles no muy lejanos a los años previos de la Revolución Francesa y su popular guillotina.
Si es cierto que los efectos económicos de la pandemia serán similares a la Depresión del ’30, que concluyó con la Segunda Guerra, no hay muchas razones para ser optimistas. Por lo menos ahora sabemos que no son tiempos de evasiones químicas.

 

PETRONIO

 


'
'