El olvido como un modo de recordar
SEÑOR DIRECTOR:
El tema de la historia, esto es, el relato del pasado, sobre si es homenaje o memoria objetiva, reapareció aquí con motivo del cincuentenario de la creación de lo que es hoy universidad nacional de La Pampa.
Esto se hizo más notorio con una publicación del decanato de la facultad de Ciencias Económicas, en la cual, de hecho, se trata de subsanar esa desmemoria, puntualizando en qué momento nace la universidad y quienes fueron responsables, en medida mayor o menor, de su fundación.
Digo que el tema de la historia permite posiciones opuestas, entre ejercer el poder de omitir e imponer (o tratar de imponer) el olvido, y la presunta obligación de recordar y dar la posibilidad de que los otros (las generaciones) dispongan de todos los elementos de juicio necesarios para ensayar sus interpretaciones y valoraciones. ¿Es ético el intento de fabricar huecos en el relato para imponer un modo de juzgar?
Al tratar de ordenar mis recuerdos acerca del surgimiento de la universidad, volví a encontrarme con algunos de mis fantasmas, si puedo llamar así a la evidencia de juicios cambiantes. Quiero decir que, en aquellos momentos yo, un joven que gustaba terciar en lides políticas, participé del rechazo a cierto aspecto de los procedimientos que se usaron y de alguno de los personajes que intervinieron. Me gustaba la idea de tener una universidad, pero rechazaba esos aspectos, aunque seguramente también estuve influido por la circunstancia política. Lo cierto es que, a poco andar, observé con creciente aprobación el nacimiento y crecimiento de la universidad. Más tarde, cuando se planteó lo de provincial o nacional, volví a disentir: estuve con la universidad provincial. Me gustaba que pudiese permanecer como cosa nuestra y como un reto que hacíamos a nuestra capacidad. Sin embargo, las circunstancias forzaron a todos (los fundadores y primeros animadores de la universidad) a aceptar la nacionalización. Y sucedió que otra vez cambié el modo de ver las cosas y llegué a tener un papel en la nacionalización (presidí la comisión que elaboró el proyecto que debía presentarse a nación). Cuando repaso esas idas y venidas de mi juicio no me pongo colorado, porque entiendo que en cada caso y cada momento fui sincero y que hice lo que para mi juicio era más conveniente. Y fui sincero al reconocer la medida del error y asumirlo.
Lo que digo es que hubo un gobernador (primero interventor, luego gobernador legítimo), Ismael Amit, que prohijó esa creación, y que hubo un personaje extraño y curioso, Bonicato, que se hizo cargo de poner en marcha la idea, por caminos que sigo pensando como extraños y riesgosos. Pero, lo hicieron y están ahí, pegados a su obra, inseparables de la memoria objetiva. Mencionarlos no obliga a exaltarlos. Por eso digo arriba que la historia no es homenaje: es relato de lo que fue y como fue. Al reconstruirla sin omisiones (intencionales o por insuficiencia investigadora) mostramos a la gente de ahora y del porvenir cómo obramos, qué hicimos, qué quisimos, qué pudimos. Y seguimos teniendo el derecho de juzgar conductas, de valorar gestiones y de proponer otras alternativas. Decir cómo sucedió tal cosa no nos impide elaborar, paralelamente, nuestra opinión acerca de si tal personaje merece homenajes o si debe ser "desterrado" de la memoria colectiva. He leído que algunas naciones muy evolucionadas asumen todo su pasado y mantienen los monumentos y testimonios de todos los protagonistas de cada uno de sus momentos. En cambio, aquí se nos propone el olvido como castigo inapelable y final. Ensuciamos y derribamos monumentos y procuramos borrar el rastro de quienes tuvieron el poder de hacer y decidir en su tiempo. De lo que se trata es de conocernos tal como fuimos y de proponernos una superación que ahora sí dependerá de nosotros, de lo que queremos y lo que lo que nos sea posible en nuestra circunstancia.
Atentamente:
JOTAVE
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