Una voz oyeron, que sólo decía date prisa
La quíntuple huida de la Alcaidía de Santa Rosa puede ingresar en el relato de fugas célebres, muy poblado desde hace siglos.
En una publicación que incluya algunos de esos relatos (las hay en Internet) puede el lector enterarse que a veces las escapadas han sido posibles bien porque el prófugo tenía ese no sé qué del que deriva la posibilidad de lo extraordinario, condición que se ignora si asistía a todos o a alguno de nuestros cinco piantadinos; o bien porque interviene una instancia superior, sobrehumana, con poder suficiente para hacer que lo imposible deje de serlo. Ninguna hipótesis debe ser descartada ante tamaño suceso.
El caso de nuestra alcaidía aparece revestido de detalles tan singulares que bien puede pensarse que llegue a ingresar en la selecta colección de fugas célebres. Así como alguien de por aquí admitió que un muerto en el rally de Dakar no nos vendría mal para hacernos conocer en el mundo, podríamos convertir el penoso caso de la fuga insólita en punto de prestigio y de atracción turística. Que un ardoroso partido de fútbol se jugase a pleno sol en horas sacrosantas de siesta con aire acondicionado, ya es un dato para estimar. Que los guardias desapareciesen de los lugares que debían ocupar, impresiona como cosa de brujería. Que toda la jerarquía del instituto padeciese del mismo mal de ausencia, en forma simultánea y por todo el tiempo que fue necesario para que los hechos se produjeran como ahora vamos sabiendo que sucedió, bien se puede entender como resultado de alguna intercesión muy elevada.
La fuga del Duende
Al leer sobre fugas encontré el caso de Fray Manuel de San José, a quien se conoció en Madrid y en la España de principios del siglo XVIII con el apodo de El Duende de Madrid. Este fraile parece haber provocado iras muy fuertes en la corte española, tanto porque escribía comentarios irritativos como porque se sospechaba que podía estar al servicio de Portugal, de donde había llegado luego de desempeñarse como soldado en varias guerras. Tomó hábitos y fue conocido con el nombre mencionado. Lo cierto es que un mal día lo tomaron preso y lo encerraron en una prisión real de Madrid, con la intención de dejarlo allí a perpetuidad. Pero, un buen día este fraile desapareció de la cárcel y la corona mandó hacer impresionantes registros, allanamientos y controles a las puertas de la ciudad y en todo el reino.
Los detalles de esta fuga aparecen en una entretenida carta que el Duende escribe a su general para solicitarle su comprensión y su apoyo. "El huir de las prisiones es lícito y necesario alguna vez", le dice, para citar de inmediato el caso de San Juan de la Cruz y su huida de una cárcel monástica y religiosa, saltando tapias. "Se celebra esta acción por heroica y buena", le recuerda al general de la orden. Por cierto, la fuga de San Juan no fue obstáculo para su santidad. El Duende cita otras fugas con escalamiento, complicidades y daño, para remarcar que él salió sin apoyo de persona alguna, cosa que jura "in verbo sacerdotis". Muy fresco le refiere que "todo ha corrido a cargo de Dios Nuestro Señor, de modo tal que no ha habido ni fracciones de puertas, ni falseo de llaves, ni agujeros de pared, ni descuido de dejarme las puertas sin cerrar". Más bien, Dios tal vez le decía cuando ejecutaba la fuga, como a San Juan de la Cruz, "date prisa". "Obedeció el santo y yo también obedecí". Agrega que "Dios sabe solamente el por qué y el para qué" y sólo Él pudo permitir que durase su huida y hasta que el Duende pudiese "desviarse muchas veces de lo recto" en el curso de la escapada. El relato es extenso, pues da los detalles de la salida de Madrid, con adecuado disfraz civil, el viaje en carro cargado de paja, la ayuda de un sastre y de algunos religiosos, el cruce de la frontera, la buena recepción en Portugal... No obstante, Lisboa le dijo que debía dejar Portugal y le facilitó el viaje a Italia, donde vivió por años, hasta que pudo retomar hábitos y, llegado el momento, retornar a Madrid.
Las tapias se esfuman
El caso de San Juan de la Cruz, que no vaciló en saltar tapias, no se reprodujo en la Alcaidía santarroseña. La fuga fue en pleno día y los presos pudieron usar la escalera de las garitas. Puede que, como en el caso de El Duende de Madrid, haya intervenido Dios Nuestro Señor, provocando el sopor siestero de toda la guardia. El sueño tiene causas muy diversas, pues si lo natural es que imponga un descanso a quien se ha fatigado, también puede ser que resulte infundido por arte divinal. De algunos dioses se conocen diabluras. Zeus, por caso, no vacilaba en provocar sueños y ensueños, aunque sus preferencias no eran los encarcelados sino las doncellas.
JOTAVE
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