Espionaje global
Recientes filtraciones en los servicios de seguridad de los Estados Unidos han demostrado que esa nación posee una densa red de espionaje que actúa sobre extranjeros y sus propios ciudadanos, contradiciendo abiertamente los postulados sobre los que dice estar asentada su forma de vida y su constitución.
Que los EE.UU. espían a todo el mundo no es estrictamente una novedad. Desde hace años se sabe que infinidad de satélites captan las comunicaciones que atraviesan el espacio terrestre y, mediante un complejo sistema informático, discriminan las que puedan tener interés para la administración norteamericana. La misma Internet, esa red cibernética que todos usamos a diario y que ha pasado a ser parte de nuestra cultura, hace tiempo que ha sido denunciada como una forma de entrometerse en lo ajeno y los cuerpos de vigilancia de la mayoría de los países son capaces de rastrear mensajes y contenidos ¿Cómo, entonces, no iban a hacerlo quienes concretaron la red? Ya una década atrás se decía -y no se desmintió- que en un lugar del centro de los Estados Unidos una instalación con gigantescas supercomputadoras analizaban todos los correos electrónicos que circulaban por la red, cuyos servidores definitivos están en el país del norte.
No es, entonces, ninguna novedad que aquella nación espíe sin mayores escrúpulos. Siempre fue un país que vivió en la paranoia del comunismo; cuando éste se derrumbó inmediatamente encontró en los árabes a su nuevo adversario y, tras la caída de las Torres Gemelas, la monomanía tomó dimensiones tremendas, con leyes y decisiones políticas de definida tendencia fascistizantes, según se vio desde la presidencia de Bush a la actualidad.
Sin embargo el escándalo actual tiene un componente insólito y a la vez inquietante para el "modo de vida norteamericano": el autor de las filtraciones asegura que facilitó la información porque no le parecían correctas las prácticas de su gobierno y quería que los ciudadanos supieran cómo se atentaba contra su privacidad, es decir: obró impulsado por un imperativo de carácter moral, apoyado en su sentido de la democracia y por encima de la alienación en que suele sumergir la propaganda. Rubricó su proceder con una frase lapidaria: "No tengo ninguna intención de esconderme porque sé que nada de lo que he hecho es incorrecto" y para corroborarlo dio su nombre: Edward Snowden, un destacado -y joven- analista de seguridad. Claro que, sabedor de las iras que desataría su proceder, desapareció en Hong Kong reconociendo que, aunque le gustaría, es muy difícil que regrese a su país. Seguramente tendrá presente los pormenores del Wikigate, que tuvo un origen parecido. No obstante -dijo- no va a "dejarse intimidar por el gobierno de EE.UU. y su justificación de que lo que ha revelado es contrario al interés público".
Este ejemplo de coraje civil resulta asombroso, para muchos Snowden es considerado un nuevo héroe que escapa al paradigma hollywoodense,y ya se cuentan por decenas de miles los mensajes llegados a la Casa Blanca solicitando un completo perdón por parte del gobierno estadounidense. Pero también, y más importante, dejó en evidencia que "el país de la libertad" viene creando desde hace décadas un "Gran hermano" que aspira a un conocimiento total de la vida pública y privada de las personas, y en todo el mundo. El presidente Obama, acorralado por las circunstancias, defendió la legitimidad y eficacia de esas intromisiones asegurando que "habían prevenido muchos ataques terroristas" y, de paso, justificándolos cuando se aplican en el exterior.
La historia tiene, a menudo, sorpresas inesperadas. Siempre se sospechó que el carácter premonitorio de "1984", el famoso libro de George Orwell, se concretaría en los gobiernos socialistas del este de Europa, a los que se acusaba de un espionaje impiadoso contra sus habitantes. Desaparecidas esas experiencias políticas resulta sorprendente ver que lo más parecido a aquella pesadilla ha germinado en el corazón mismo de Occidente.
Artículos relacionados