Siempre es tiempo para recrear el bosque perdido
Señor Director:
Lo que dice el título es algo en que he estado pensado luego de los últimos grandes incendios rurales, que afectaron principalmente a lo que queda del bosque nativo.
Estaba en la tarea de buscar información cuando tomé conocimiento de la firma de un acuerdo entre los gobiernos de Córdoba y Misiones, por el cual esta última provincia proveerá la tecnología, además de plantines y plantas jóvenes para contribuir al proyecto de Córdoba de recuperar los espacios arbolados en toda la provincia. Según explicó el gobernador Schiaretti, de Córdoba, se trata de recuperar 150 mil hectáreas de masas boscosas. Días antes pude leer un informe que daba cuenta que en Córdoba se han perdido los espacios de arbolado natural casi por completo. Ahora existe el proyecto, ya puesto en marcha (se prevén plantaciones a partir de 2018), para plantar especies nativas y exóticas adaptadas a la región. Se prevé además de lo que aportará Misiones, que ha desarrollado de manera importante la tecnología del caso, reactivar los viveros provinciales para que ofrezcan especies forestales locales. Para las 150 mil hectáreas se necesitan treinta millones de árboles.
El gobierno cordobés encara este proyecto con el ánimo de sanear los suelos, establecer buenas prácticas agropecuarias y evitar el actual avance, inquietante, de erosiones e inundaciones. En la ceremonia de firma del acuerdo fue presentado el prototipo Phytolab, móvil, que es un modelo de transferencia tecnológica para conservar, sanear y propagar plantas masivamente.
Me digo que existen la necesidad y la forma de satisfacerla. Las actuales inundaciones, que afectan gravemente a nuestra provincia, tienen que ver con la destrucción del monte nativo, adaptado para nuestra región, debido a los tradicionales incendios (de los que se sabe que se producían ya en la época de la ocupación del espacio por el ejército nacional), por causas naturales o intencionales, o por descuidos. En Córdoba la acción intencional tuvo que ver con la expansión de áreas urbanas o de uso turístico y por ampliar la disponibilidad de tierras para siembra y cosecha. La actual ocupación de tierras laborables por las aguas, que marca el efecto creciente del deterioro ecológico que hemos estado realizando hasta entendiéndolo como un acto civilizatorio, es efecto reconocido de la pérdida progresiva (aunque acelerada en los últimos años, por avances de la agricultura y el uso de malas prácticas de cultivo) de la capacidad de evaporar la humedad cuando se dan lluvias por encima del promedio y aun sin que exista esta motivación ocasional. El caso es que hoy tenemos inundada buena parte de las mejores tierras cultivadas, con los caminos rurales destruidos y las grandes vías asfaltada bajo acoso de las aguas y con una ciudad capital en la que se afronta la terrible experiencia de ver que la casa, el techo protector, puede caer y aplastarnos porque el suelo cede y las aguas suben desde la napa. Además, tomamos conocimiento de hechos de conducta mezquina que consiste en desviar las aguas para que las sufran otros mediante canalizaciones clandestinas, un fenómeno que se daba en la provincia de Buenos Aires y otras provincias del centro y norte. Asimismo, días atrás comenté lo que dice el escritor Mempo Gardinelli, chaqueño, sobre lo que pasa en la pampa húmeda y en muchos lugares que gozaban del privilegio de tener buenas tierras, por la expansión impetuosa de la soja y el efecto de malas prácticas agroganaderas.
Lo que hace el gobierno cordobés es algo tan sensato como urgente y necesario. Permite entender que hay que ponerse ya en la tarea de recuperar los espacios forestales destruidos por el fuego o por la acción humana. Comprender que el espacio boscoso no es tierra negada al cultivo sino presencia necesaria para que nuestra tierra, aquí y en el planeta entero, pueda seguir soportándonos.
Atentamente:
Jotavé
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