Miércoles 23 de julio 2025

Y vivieron infelices para siempre

Redaccion 13/03/2021 - 21.15.hs

Los ingleses bautizaron «Victoria Land» a la Antártida, en homenaje a la famosa reina bajo cuyo mandato el imperio británico alcanzó su máximo poderío en el siglo XIX. Algo habrá en el clima antártico que les hizo recordar a la calidez de aquella verdadera dama de hierro, de la que desciende la actual familia real, que comparte con ella -y con algunas especies de moluscos polares- un particular sentido de la empatía humana.

 

Megxit.

 

Algo de eso se reveló esta semana, desde la soleada California, en el reportaje televisivo que protagonizaron el príncipe Harry y su esposa norteamericana Meghan Markle, hoy desvinculados de sus «deberes» como miembros de la realeza británica. El relato de Meghan sobre sus penurias en la vida de palacio recuerda demasiado a los de la madre de Harry, Diana, quien también vio peligrar su salud mental en ese ambiente tóxico.
Gloriosamente embarazada, la actual duquesa de Sussex relató cómo, deprimida y al borde del suicidio, pidió ayuda a otros miembros de la familia, sólo para recibir un «siga, siga» como respuesta. En una ocasión -dijo- uno de sus parientes reales expresó curiosidad por saber qué color de piel tendría el pequeño Archie, hijo de la pareja (la madre de Meghan es afroamericana), comentario que ella sintió como abiertamente racista.
Con su flema habitual, la Corona respondió diciéndose «entristecida» por la situación, relativizando los hechos («los recuerdos pueden variar», dicen) y asegurando que arreglarían el asunto «privadamente». No está claro si contratarán los servicios de un terapeuta o los de un francotirador.

 

Crown.

 

Si hay que tener por cierto el retrato que pinta la excelente serie «The Crown», los pobres miembros de la familia real serían víctimas de una vida miserable, encerrados en una «prisión» donde sólo cuenta el estoico cumplimiento del deber, y donde los sentimientos o la personalidad de cada individuo resultan irrelevantes.
Todo este sufrimiento sería a cuenta del «servicio» que la realeza prestaría al pueblo británico, servicio más que peculiar ya que no implica ninguna forma de trabajo comprobable. Y no contentos con vivir a costillas de los contribuyentes, la compañía Windsor & Co. pasa buena parte de su tiempo enriqueciéndose aún más, criando caballos de pura sangre, sembrando trufas y cobrando jugosos «derechos de imagen», esto es, ese dinero que la gente famosa cobra por el sólo hecho de ser famosa.
Que gente inmersa en un nivel de privilegio tan obsceno -y tan distante del sentido republicano de la igualdad entre los seres humanos- se diga ofendida si se los tilda de racistas, parece casi una tomada de pelo. Particularmente, si se repasa someramente la historia de atrocidades cometidas por el imperio británico, férreamente basado en la idea de superioridad anglosajona. Claro está, también aquel saqueo universal fue hipócritamente presentado como el cumplimiento de un deber civilizatorio: «la carga del hombre blanco», lo llamaban.

 

Amarillos.

 

Como quiera, los malabares de estos zánganos tratando de mantener el status quo resultan comprensibles. No así la sobreactuación de algunos «periodistas» británicos como el inefable conductor de «Good Morning Britain», Piers Morgan, quien dijo «no creer una palabra» del relato de Meghan (incluyendo el dramático detalle de sus ideaciones suicidas).
Afortunadamente existe en el Reino Unido un órgano de control que se ocupa de recibir opiniones de los ciudadanos, y que en este caso registró más de cuarenta mil quejas por la falta de respeto y empatía demostrada por Morgan, quien fue convenientemente eyectado de su sillón de conductor.
El episodio no puede sino recordar al de hace cincuenta años atrás, cuando otra «pareja real» abandonó Inglaterra para exiliarse en Estados Unidos: la que conformaban el beatle John Lennon y la japonesa Yoko Ono, a la que la prensa inglesa se cansó de demonizar. El propio Lennon, asqueado por el racismo de sus compatriotas (las matronas inglesas gemían: «¿por qué no se buscó una linda chica inglesa?») se quejó de que la prensa llegara hasta a llamar «fea» a su esposa nipona.
Por supuesto, a Meghan Markle no pueden achacarle fealdad, de ahí que se entretengan con comentarios racistas, como mencionar su «exótico ADN», o con trivialidades protocolares tales como si la princesa se sentaba de piernas cruzadas en público, o si durante una fracción de segundo se alcanzó a ver uno de sus breteles. Y ya sabemos que las princesas no usan corpiño.
Sin embargo toda esta historia devela que la realeza británica -y su prensa obsecuente- tiene otro problemita: ¿qué tienen en común las «villanas» Meghan, Diana, Yoko, y no olvidemos a aquella otra actriz norteamericana divorciada, Wallis Warfield Simson, «responsable» de la abdicación del rey Eduardo VIII en 1936? Por supuesto, todas ellas son mujeres. Mujeres con personalidad. Cartón lleno.

 

PETRONIO

 

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