Viernes 12 de abril 2024

Mal día para las cacatúas

Redacción 10/07/2022 - 11.01.hs

Si es cierto que una imagen vale más que mil palabras, esta habitual columna humorística dominical debería ser reemplazada por una simple foto en primer plano del saliente primer ministro británico, Boris Johnson. ¿Por qué nos causa tanta gracia su humanidad? O quizá deberíamos decir su cacatuidad, ya que su aspecto físico recuerda irremediablemente a una cacatúa, con ese penacho blanco eréctil que corona su cabeza, su andar errático, su pecho inflado y esos ojos parpadeantes como los de un pájaro. ¿Cómo es que este prominente ex líder mundial nos recuerda tanto a esa especie de aves? O acaso, más preocupante aún, ¿será que todas las cacatúas del mundo, desde el Arca de Noé hasta nuestros días, no fueron más que una conspiración, un ensayo para producir, en Boris Johnson, a su quintaescencia misma, encarnada con apariencia humana?

 

Loro.

 

Estas preguntas son más serias de lo que parecen. Como bien lo sabía Inodoro Pereyra, Argentina sufre una plaga de loros, que no sólo diezman los maizales, sino que también horadan la autoestima del gaucho pampeano. Eso es lo que llegó a registrar Fontanarrosa en su inmortal ficción. En el mundo real, se sabe que todos los loros son peronistas: es por eso que, con todos los esfuerzos que se dedicaron a borrar de la faz de la tierra a ese movimiento y a su creador, siembre terminan volviendo, porque nunca falta un loro que silba la marchita, y así todo vuelve a comenzar.

 

Pero dejemos en paz al loro (palabra ésta que, en italiano, quiere decir "los otros") y volvamos a la caída de don Boris, ese momento histórico que parecía imposible, y que finalmente vino a ocurrir esta semana. Si hasta daba pena verlo, frente a su residencia de Downing Street, lamentando el "espíritu de manada" de sus funcionarios que le renunciaron en masa.

 

De todos los defectos, el único que Johnson no cultivó es el de la modestia. Según él, acaba de "renunciar al mejor trabajo del mundo", el de primer ministro británico. ¿Por qué motivo es mejor participar de la interminable decadencia del imperio británico, comparado -por ejemplo- con ocupar la Casa Blanca en Washington, o el Kremlin en Moscú? Vaya a saberse. Algo está claro: es mejor que ser mandamás en el Japón, donde esta semana se cargaron de dos balazos al ex primer ministro Shinzo Abe.

 

Eterno.

 

Con todo lo anti británico que pudiera parecer, de tan extravagante, uno suponía sin embargo que Boris Johnson era eterno, con todos los escándalos a los que había sobrevivido. No dejó imprudencia por cometer, al punto que, como las aves, parecía no dar un paso sin defecar acto seguido. Ya se sabe del maravilloso metabolismo de las cacatúas, que desconocen por completo la constipación.

 

Sus chapuzas son demasiadas para enumerarlas aquí, pero no se puede omitir un par de perlitas. Por ejemplo, aquella vez en que, para complacer a su joven noviecita, el primer ministro hizo remodelar por completo su residencia oficial, instalando muebles de diseño, y tapizando las paredes con empapelado color oro. Si el buen gusto de estas reformas ya estaba un poco en duda, la cosa se complicó cuando se supo que la fiesta fue abonada no sólo con el presupuesto oficial, sino con las donaciones de un benefactor del partido conservador, que por algún motivo se olvidaron de registrar como es debido.

 

Un poco después se supo, además, que mientras todo el país sufría las férreas restricciones de la cuarentena durante la pandemia, en esa misma residencia oficial se llevaban a cabo unas fiestas bien machazas, donde se consumía alcohol a rolete. Boris juró y perjuró que se trataba de reuniones de trabajo, pero la policía británica, que algo sabe de borrachines, no le creyó nada y le aplicó una multa ejemplar.

 

Impropio.

 

El alcohol tuvo algo que ver con la caída final. Y fue esta misma semana, cuando un oscuro colaborador cercano del primer ministro -experto en maniobras políticas de baja estofa- salió de copas, ocasión que usó además para propasarse de una manera algo vulgar con otros dos caballeros asistentes a la juerga. Chris Pincher -tal su nombre- ya había manifestado conductas de este tipo en el pasado, cosa que Johnson juró ignorar, y cuando este última mentira también salió a la luz, la cosa fue demasiado. Sólo un mes atrás, el primer ministro había zafado por milagro de una moción de censura en el Parlamento. Este último episodio fue la gota que colmó el vaso, y presintiendo la escasez de botes en el Titanic, más de cincuenta funcionarios de su gobierno se apresuraron a renunciar.

 

No está claro por qué motivo fue este último episodio el detonante. Si fue por el alcohol, o por las tendencias homosexuales del protagonista: ¿cuál de las dos resulta más difícil de disimular para la proverbial hipocresía británica?

 

Un dato acaso revelador: esta misma semana comenzó a venderse en el Reino Unido una milagrosa píldora "anti resaca". Según las rigurosas pruebas clínicas a las que ha sido sometida, esta droga llamada "Myrcl" lograría descomponer hasta el 70% del alcohol ingerido en un plazo máximo de una hora. Con la ventaja de ser, además, "natural y vegana".

 

Son incorregibles, estos ingleses. Por suerte -salvo los de Malvinas- están bien lejos de aquí. En Argentina, a ningún presidente se le ocurriría la barrabasada de armar fiestas clandestinas en la residencia oficial durante la pandemia. Ni siquiera para complacer a una noviecita joven.

 

PETRONIO

 

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