Mensaje imborrable
Pocos días atrás falleció Nora Cortiñas, una de las denominadas Madres de Plaza de Mayo, de las pocas que sobreviven ya, transcurridos 47 dolorosos años cuando, ante la absoluta falta de respuesta y desprecio de los funcionarios de la dictadura en cuanto a sus familiares desaparecidos, giraron en torno a la Pirámide de Mayo, como una muda y dolorosa protesta.
Aquellas mujeres cubiertas con un pañuelo blanco trasformaron su indefensión en fortaleza y ejemplo y llamaron la atención del mundo, que las aplaudió con respeto. De hecho estuvieron –acaso lo estén todavía—por recibir el Premio Nobel de la Paz, que no se les otorgó por sospechadas influencias. Pero su giro en torno a la Pirámide se convirtió en rito y derivó en concretos organismos defensores de los derechos humanos, organismos que trabajan hasta hoy, cuando el gobierno nacional prefiere ignorarlas tanto en su condición de mujeres como de madres de desaparecidos.
Por el ineludible imperativo de la vida, que es la muerte, van quedando cada vez menos. Se van pero, por encima de la hipocresía y maldad que las desdeña y oculta, dejan un mensaje que suponemos imborrable, implícito con una lección, una advertencia que parecería que los argentinos no asumimos plenamente y que es estar siempre atentos a la calidad de quienes prometen gobernarnos, a la distancia que media entre las promesas y la realidad.
Las madres y las abuelas de Plaza de Mayo son y serán ejemplo de la Argentina que tanto anhelamos, siempre agredida por quienes dicen defender la patria.
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