Martes 30 de abril 2024

Cenizas de Scherezade

Redaccion Avances 17/09/2023 - 12.00.hs

En esta oportunidad, la columna literaria de Caldenia presenta un cuento del escritor pampeano Nicolás Jozami, quien ha colaborado con este suplemento en varias ocasiones. Cenizas de Scherezade, indicaciones para salvarse de una muerte trágica y ardiente.

 

Gisela Colombo *

 

Buenas. Tengan ustedes bien a saber que lo que les voy a decir es para su resguardo y su integridad. Está bien, el resguardo futuro, el de los que queden o se salven. Sí, soy yo quien les habla, aunque encuentren difuso el sonido, entre lento y con eco, pero siempre hay una primera vez; para esto también. Por eso ustedes son, al mismo tiempo, privilegiados.

 

Primero, lo digo de entrada, frente a sus cuerpos arremolinados acá, aunque imagino que no apurados, ya no: no deben olvidar el orden en el que les daré las indicaciones, y se las daré yo, de primera mano, porque de los demás las tienen de sobra. Es primordial esto. Segundo, no sé explicarles de dónde viene el orden en el que les daré las indicaciones, pero soy el indicado para dárselas.

 

Les decía, el orden es primordial, aunque en este caso, la cosa ya esté hecha. Tienen que alejarme -en la oscuridad- de los papeles, manteles, residuos inflamables. Yo entiendo ¿cómo dice?, está bien señora, yo entiendo todo, pero deben alejarnos de cualquier elemento que pueda quemarse rápidamente. Sé; lo sé, ¿o creen que no?; sé que hay niños, ancianos, a ellos los oí también, gritando, y por eso no llegaron hasta acá, porque les cuesta moverse, caminar, son los del quinto piso, me parece. Bueno, sepan que antes es la asfixia por el humo, no es como en las películas (y no quiero defenderme para nada) que la gente sale corriendo quemada y gritando como si tuviesen cuerdas vocales para hacerlo. La gente se asfixia, no pueden discutirme eso: cuando se sabe, es porque he estado allí siempre que ocurrió. Esperen; ¿qué quieren saber?, ¿tienen preguntas?, no lo puedo creer ¿si somos una comunidad? Diga. Y bueno, señor, formamos parte de lo mismo, así que todos tenemos un poco de todos; acá no hay tanta diferencia.

 

Pero bueno ¿van a dejarme seguir con las indicaciones? Si quieren, claro, porque a alguno de ustedes les servirán, para que las lleven y repartan, los que puedan salvarse, y ahí no me meto. Sí, los matafuegos andan. Se les ha dado a todas las empresas por cambiarles el tamaño, pero adentro tienen lo mismo. Ya los hemos probado, o padecido, hablando con propiedad. La indicación primera, decía, es que no dejen las velas (como la que dejaron) encendidas por más que se haya cortado la luz y ustedes tengan que irse a dormir con trabajo a la cama. ¿Dónde se vio eso? ¿No es que ahora ustedes hacen todo con esos aparatos con pantalla y luces y que -aparentemente- no hacen fuego? ¿Y que si no tienen eso prácticamente no pueden trabajar? No, no me digan ni lo señalen; no me interesa a mí, precisamente, saber quién acá, en este edificio, lo inició o fue el responsable. Ya está. Lo que digo involucra a los que están acá, pero también a los que no, porque siguen en alguno de los pisos, buscando sus cosas, o están viendo cómo salen por las ventanas. Les digo algo, otra cosa, ya que veo que me interrumpen y no les interesan tanto las indicaciones que -reitero- les pueden servir a los que se salven, por si llega a ocurrirles nuevamente: he escuchado los dolores más sinceros, las mayores declaraciones, los deseos más genuinos, y eso, déjenme decirles, desde cierta perspectiva, congratula mi trabajo. Ah, ahora sí quieren que siga con las indicaciones, y en orden, bueno.

 

Ah, ¿no les interesa? Listo. No sigo con eso. Traten de ponerse de acuerdo, al menos en estas desgracias. Sí, lo sé señor, que ni velarse pueden los cuerpos; le juro que nosotros iríamos si pudiéramos a los velorios, pero nos lo impide nuestra condición; aparte, si eso pasara, hasta los deudos deberían salir e irse y dejar el cajón con lo que quedase del muerto. Sí, claro que también nos preguntamos cómo sería existir como un humano, con esos límites tan definidos, tan separados unos de otros, y no como nosotros que somos un ejército sin jefes, fronteras, condecoraciones ni jerarquías. No señora ¿usted sabe lo que está preguntando? Nosotros no defecamos, ni siquiera vamos al baño. Nuestras necesidades son comer cuando aparecemos, cuando alguien nos hace surgir, como en este caso (y no tengo intenciones de señalarlo) el señor que tenía que leer y, como se cortó la luz en todo el edificio, llevó la vela a la habitación, la dejó un momento ¡en la cama! sobre un plato de vidrio, para ver lo que estaba leyendo, y se dormitó.

 

Leer un volumen de Las mil y una noches, vaya usted, con esa princesa Scherezade, que habla y habla sin parar, y que impide conciliar el sueño en la noche, pero justo se lo concedió al lector imprudente que me trajo hasta acá.

 

Listo, no hablemos más, de ese modo negligente nos van a seguir viendo, aunque tengan esos carteles pegados en los palieres de cada piso y que les explican, hasta con ilustraciones, cómo deben actuar en caso de que aparezcamos. Es mentira que hay que usar escaleras ante el primer indicio, pueden usar ascensor, porque nosotros les tenemos miedo, como cierta cosa a los ascensores, y en los edificios es lo último que tomamos, después de haber comido lo demás, incluida la gente.

 

No, ni yo sé mi origen, algo que ustedes deberían saber; ah claro, el origen de ustedes tampoco es algo que sepan. Sí, los mitos nos han dado un lugar en sus historias, en los cuentos, en las enciclopedias, pero nosotros no necesitamos esas cosas para nuestra supervivencia y nuestra condición. No rezamos, ni tenemos dioses o pecados. Lo sé, lo sé. No es que andamos con piedad: cuando arrasamos, arrasamos, no nos pueden juzgar por eso. ¿Y ustedes con las velas y los cortes de luz, y los fríos en los que hacen lo más irrazonable para abrigarse y darse calor? Nosotros no les podemos decir nada por eso. No es justo.

 

Bueno, ¿me permiten dejarles al menos la tercera indicación? Las velas que consigan deben tener el cabo siempre cerca de la zona quemada, y no al revés, para que la cera no caiga encendida; con las velas baratas pasa eso, y nosotros lo sabemos porque cuando uno de los nuestros aparece y nos llama, comenta que fue por eso.

 

No puedo darles más explicaciones, no me dejan, y ya es tiempo; sí, traten, los que lleguen, de buscar los matafuegos, los despegan de un tirón nomás. Miren hasta lo que les digo. Y ahora intenten seguir corriendo, bajando las escalares (no, escaleras no) bajando en los ascensores, huyan, porque enseguida continuamos con nuestra tarea. Recuerden lo último: sus desgracias nos alimentan, y no crean que tampoco es tan lindo; les dije hace un momento que nos congratula oír sus últimas palabras, pero también nos llevamos los alaridos más horrorosos de los que ustedes puedan, alguna vez, tener memoria.

 

(Texto perteneciente al libro Galería de auxilios. Ediciones del Callejón. 2022)

 

 

Nicolás Jozami (La Pampa, 1979) es escritor, docente en los niveles medio, terciario y universitario. Investigador. Ha publicado los libros de cuentos: Las leyes de la ausencia (2022); Galería de auxilios (2022); Hueso al cielo (2018); La joroba del Edén (2018); El brillo gemelo (2016) y La quimera (2009). Ha dictado y dicta talleres de escritura de invención.

 

* Docente y escritora. Compiladora

 

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