Mateando con Aldo
En el día de su cumpleaños, compartimos con los y las lectoras de Caldenia, una entrevista realizada a Aldo Umazano en el año 2017. La misma fue realizada en la intimidad de su casa, entre mate y mate. ¡Feliz cumpleaños Aldito!
José María Córdoba *
Apropiado de otras culturas para conformar el entramado simbólico de la identidad que une un pueblo. Un ritual de la tradición de nuestras tierras. Tomar mate es construir un momento célebre entre dos personas que van a compartir un estadio de intercambio de ideas. Por supuesto será amargo, que connotará franqueza; y con la esperanza de que la típica espumita, demuestre aprecio al tomador. Un minuto antes de la ebullición, se oye: -¡Aldo, ya está el agua! El buen cebador conoce este enredo.
De postura recta, fuerte. Aunque dice estar cansado por el paso de los años, expresa la fortaleza de poder soportar unas treinta correrías más. Camina firme y con la semblanza de un joven de unos 20 años menos. Las canas van ganando color en su enrulado pelo abundante. Las arrugas marcan un 18 de mayo de 1943, inicio de un trayecto que al poco tiempo imprimía huella en un territorio que ocho años después sería la provincia Eva Perón.
Con el orgullo de un hombre que ha podido terminar un proyecto anhelado, propone su propia casa para el encuentro. Llegar hasta ella, significa recorrer unos cuatro kilómetros hacia el norte desde el centro. No es muy fácil de describir cómo llegar hasta allí, solo quedan algunas referencias de hace unos 30 años: la calle que rodea planta láctea de la CPE, que ya no está; y una arboleda que se extiende como un muro que rodea la Residencia del Gobernador.
Todo eso fue en un principio un despoblado alejado de la urbanidad de la capital pampeana. Una hazaña de pionero que se instala con la esperanza bajo el techo de una humilde casa, la que sin importar la pequeña arquitectura, habitaba un corazón grande. Pero ante todo esto, algo queda aún: el olor a fresca flora y tierra mojada. El progreso todavía no desmontó algunas sensaciones barriales de Santa Rosa. Así se arriba al hogar de Aldo Umazano.
Rueda la primera mateada y rememora su viaje a Buenos Aires. Su participación en la Comedia Nacional Argentina junto a conocidos como Hugo Arana y Raúl Lavié, entre otros. Su experiencia de aprendizaje en la Escuela Nacional de Arte Dramático de Buenos Aires, con Carlos Gandolfo. Un potencial que podría posicionarlo junto a los personajes más conocidos del teatro argentino. Pero no fue así. Decidió volver a su Pampa llana natal.
Vuelve el mate. Regresa en 1973 a su provincia para entablarla y exponer la dramaturgia en escena. Comienza a inscribirse en la tarea cultural y se desarrolla como primer asistente técnico y director de teatro en Realicó. “En esos tiempos no era posible utilizar las herramientas técnicas de ensayo y expresión corporal en un pueblo”, cuenta. Las cosas sencillas y cotidianas. Los encuentros de club con sencillas risas y charlas sobre huerta, no dan lugar a la música clásica ni la ópera. Las bochas, el truco, la siembra eran la realidad temática por aquellos rincones. La gente se ofrecía al aprendizaje de manera voluntaria y con la mejor actitud, pero directamente a la práctica escénica. El maestro replanteó su técnica. Para los años 1974 y 75 logró conformar 22 elencos en el norte provincial.
El mate aún no pierde la espuma ni el sabor. Este personaje prefiere “No mostrar banderas”, comenta. Vivió en las épocas de oscuridad política en nuestro país, la sufrió como tantos otros. Sin embargo, cuando algún periodista le pregunta sobre esto, él recuerda a Raúl D’Atri o “Quique” Otálora, que fuera “cagado a palos en un avión”, cuenta y recomienda entrevistar a ellos, que pueden dar información más rica en contenido histórico.
Aldo sufrió de otra manera: la censura de la actividad cultural nacional, que hizo relegar todas sus actividades. Ya no podía viajar en el Expreso Norte, el cual le fiaba los viajes a Realicó hasta fin de mes. Tampoco podía pasar las noches azabaches y frías a la vera del camino, que junto a un fueguito, daban serenatas a la huella que lleva a Santa Rosa. Lo peor: no podía enseñar teatro.
-¿Está fría el agua?-. No. La vida del artista no es pasiva. El rebusque es parte de la substancia de un autodidacta. Parece tener el corazón del viento, que no puede permanecer quieto. Tiene la necesidad de volar la tierra y remolinearla. Comienza con pequeñas obras privadas de teatro infantil. “La gente no solo me dio trabajo, sino que me permitió jugar con sus hijos”, expresa agradecido. Su pasión seguía en pie. Nunca dejó de escribir sus obras teatrales.
Su primer escrito fue un guión de cine que nunca fue puesto en la gran pantalla. Tampoco le interesó plasmarla en las filas del séptimo arte. “Escribir es encadenar imágenes que joroban un poco”, piensa. Sacárselas de encima es una necesidad.
Se sigue mateando. Una brisa de sal, hierbas y especias perfuman el aire. “Jarillas y alpatacos”, fue su primer obra titiritera. Los muñecos se hicieron con 53 mates de calabaza, que cosecharon de la quinta de Don Armani, en Trenel.
Esas marionetas, mediadoras entre lo real y la ficción, permiten que la imaginación del maestro descubra facetas caricaturescas en los personajes. “Un charlatán puede ser una lengua humana y el que escucha y repite, una oreja o una boca”, describe. Los actores tienen particularidades que se escapan de lo biológico y cualquier parte de su cuerpo puede tener vida y personalidad propia. La obra “Jaqueca”, encuentra a su protagonista con un constante dolor de cabeza. Decide sacársela para dejar de sufrir y la vende. Al tiempo se da cuenta que ya no puede reír, llorar, oír, ver, decir “Te quiero”. Emprende una aventura por recuperarla. No le importa soportar dolencias, mientras pueda expresar sus sentidos.
Las manos de Umazano sostienen la vitalidad de estos particulares actores, quienes como cualquier artista humano deben, para cada presentación, cambiar su vestimenta, rostros, maquillaje y adquirir una nueva identidad para una nueva interpretación escénica.
Hoy, esta labor artística de marionetas que tanto tiempo ha llevado a cabo en la sociedad. Esta escuela que ha tenido una vasta iluminación sobre otros titiriteros, es una obra tardía.
El taller está casi vacío. Sólo quedan algunos autómatas en depósito, de los cuales no puede librarse, o simplemente no quiere.
El mate se está enfriando con las vueltas. Es difícil decirlo por temor a que el relato pueda terminar pronto. Queda algún tema para tratar que pueda reavivar el calor del escaso agua de la pava: la política. Sus ojos brillan. Su cuerpo parece ser infectado por una especial adrenalina, típica en los corazones militantes. Durante los años 1991 y 1995, el maestro se desempeñó como concejal. El momento más elevado de su carrera política. “Siempre fui militante del Partido Justicialista, cuando se trabajaba con el vecino cara a cara, cuando se lo escuchaba”, recuerda. Para él, la política es lo más importante en la vida del hombre, porque es la herramienta para el cambio. La formación profesional aporta una gran parte del conocimiento político, pero reconoce: “La participación en la comunidad, en la calle, es un gran taller de aprendizaje, con el lamentable consejo de aprender de los errores pasados ajenos. Es que cuando aprendés de tus errores suele ser tarde”.
La nostalgia de una política sensorial se desnuda en su rostro, recordando cómo se la ha desvalorizado y boicoteado, a veces consciente, otras inconscientemente.
La mateada terminó. Hoy el cebador se encuentra cada mañana con la escritura firme como cada día de su vida. Una nueva lucha lo halla con la pluma en alto. “Hoy me encuentro porfiándole a la prosa”, culmina. Se presenta, luego de 70 carnavales, como un aprendiz. Tal vez no sea un maestro al fin de cuentas. Tal vez sea sólo un trashumante que pastorea, en sus recuerdos, el conocimiento de un obrero de la cultura que conjuga letras, recuerdos de amigos y vivencias. Las ha paseado por los cuatro puntos cardinales del llano pampeano, así como el viento del desierto que lleva consigo dulces y amargos momentos.
* Estudiante de Comunicación Social, UNLPam
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