Martes 24 de junio 2025

Roberto Forestier, de portero a gerente

Redacción 04/01/2015 - 03.17.hs
Mario Vega - Conoció Las Vegas, Miami, Barcelona, París, y tantos lugares. Pero se queda con Indio Rico, Once Corazones y La Pampa. Un tipo simple que, con 6º grado, hoy es gerente de Casino Club, y no se la cree.
Cuando pibes tenemos ilusiones que pensamos cumplir alguna vez. Cuántos habremos soñado con calzarnos la de River -la más grande de todas-, o la de Boca; o quizás ser un músico reconocido... o tantas cosas que se nos ocurren cuando chicos.
Es cierto que en esa imaginación infantil no faltan los deseos de algunos de llegar a ser médicos, o policías, o bomberos... o tantas cosas. Y me pregunto: ¿Alguien habrá tenido la ilusión de llegar de portero a gerente en una empresa importante? No lo sé, quizás.
Y otra pregunta: ¿Cuando alguien hace realidad esa ilusión, podría considerarse un triunfador? Estarán los que consideren que sí, que eso es llegar, que es realizarse en la vida.
Mi idea es que no siempre alcanza con un buen trabajo o profesión, con el éxito o la fama, o con estar en una buena posición. Entiendo que lo material, sin una familia en la que apoyarse, sin seres queridos para sentir, se reduce, me parece, a poco y nada. También sin una buena salud todo aquello se transformará nada más que en un escaparate vacío que no podrá llenar todo el dinero del mundo. Se me ocurre.

Llegar a ser gerente.
Por eso debe estar bueno llegar a gerente y aún "sentirse gerente" -como decía el gran Osvaldo Ardizzone -, pero no obstante seguir consustanciado con la realidad, con el ahora.
Este hombre que habla, que se apasiona, es gerente de una de las empresas más poderosas del país, muchas veces puesta en el ojo de la tormenta -con o sin razón-, y tiene la particularidad de sentirse "uno más". Porque al cabo el fútbol -nuestro querido y bendito fútbol- nos iguala a todos al momento de correr detrás de una pelota. Obvio, me refiero a lo social, y no a la habilidad o al talento que cada uno pudiera tener.
Roberto Aníbal Forestier (61) es gerente coordinador de Casino Club, y además de su capacidad de trabajo ha demostrado otras facetas que lo ubican como un hombre muy pendiente de su vinculación con el resto de la gente, precisamente llevando como estandarte su amor por el fútbol. Es que, si le hubieran dado a elegir -más allá de su privilegiada posición de estos días-, hubiera cambiado todo por ponerse la de su querido Boca Juniors con su papá viéndolo desde un palco de la Bombonera. ¿O no Roberto?

 

Un hombre común.
Siempre remedando al mismo Ardizzone, Roberto se me ocurre un hombre común: simple, conversador, amable y futbolero empedernido. Y ésta última condición lo ubica ya, para mí, como un buen tipo. No puede ser de otra manera.
La idea es contar aquí la historia de alguien que tiene para decir, aunque no faltará el "amigo" mal pensado que pretenderá que la nota tiene que ver con "lavarle la cara" a Casino Club, a la timba o a Cristobal López (como si me necesitaran a mí para algo así, ¿no?).
Roberto es nacido en Indio Rico, Buenos Aires, un pueblito que tiene 1.200 habitantes, pero que en sus épocas de esplendor llegó a contar 3.000. Está casado con Cecilia Vives, neuquina que le dio cuatro hijos: Jésica (abogada), Vanina (médica), Antonella (psicóloga) y Maxi, "el menor que va a estudiar administración de empresas. Las tres chicas estudiaron en la UBA", completa Roberto.
El hombre tiene especial devoción por algunos recuerdos. Obviamente por el de sus padres Ricardo Julián, y María Elena Coviaga. Son seis hermanos, Ricardo, Mario, Roberto, Silvia, Olga y Delia.
El papá era nacido y criado en Jacinto Arauz, y fue amigo de René Favaloro: "Amaba La Pampa, y todo el tiempo me hablaba de eso. Mamá era nacida en Bordenave, y era la que llevaba la familia. Nos faltó hace tres años", dice un poquito conmovido.

 

Siempre Indio Rico.
Es increíble como Roberto todo el tiempo se ocupa de mantener viva la imagen de su Indio Rico natal, como le gusta referenciarse allí, recordar que "aquí en Santa Rosa viven dos oriundos de allá, Carlos Ordas, fiscal en la justicia provincial, y Bruno Miranda", que tiene un reconocido comercio. Y por supuesto dejar instalado que en ese pueblito está una de sus grandes pasiones: Once Corazones, el club que cobijó sus primeros años de futbolista, cuando soñaba en cinemascope (¿qué tal el término?), con triunfar primero con la azul y blanca de la institución y después sí, pegar el salto grande. Como cualquier pibe que patea una pelota, claro que sí.
Vivió hasta los 6 años en el campo, y luego los Forestier se fueron al pueblo. Allí "la primaria en la Escuela 8 de Indio Rico" -dice machaconamente-, donde cada tanto vuelve. Quizás a poner los pies sobre la tierra, a darse un baño de realidad, alejado del gran mundo de las luces, la algarabía y la fantasía de una sala de casino.

 

Sólo sexto grado.
"Sí, tengo nada más que 6º grado", confirma. "¿Cómo llegué hasta acá? No sé. Cuando terminé la primaria la directora de la escuela habló con mis padres, les dijo que yo tenía capacidad para seguir estudiando y que era una lástima que no lo hiciera... Pero bueno, por algo pasan las cosas", reflexiona.
Más allá de la enorme admiración por Ricardo, su padre, menciona que "a los 13 o 14 años me llevó a trabajar al campo. De los hermanos era al que más controlado tenía, al que más cortito llevaba".
Más tarde Roberto hizo de mozo en un hotel del pueblo, trabajó un poco de albañil y fútbol... siempre el fútbol. Su gran pasión, esa que lo acompaña hasta hoy y en todos los momentos de su vida. "Con mi hermano Mario jugamos en Once Corazones... A los 15 me tocó debutar en primera con mi equipo en la Liga de Pringles primero y en la de Tres Arroyos después, Cuando teníamos que ir a otro pueblo nos llevaban en la caja de un camión, y si llovía una lona y a otra cosa", rememora.

 

Vivir en Neuquén y el fútbol.
Vino el tiempo de vivir a Neuquén, una prueba en Atlético Cipolletti -el gigante del Valle-, pero hubo dificultades por el pase y la posibilidad se frustró. Más tarde jugó el campeonato con San Martín de la misma localidad; un paso por Barda del Medio con un nombre ficticio. "Ricardo Arias me llamaba cuando jugué ahí", dice entre risas.
Más adelante el técnico Juan Perilli lo puso "un poco más adelante en la cancha, empecé a jugar de mediocampista, porque era habilidoso, y me gustó". Un paso por la Selección de la Liga de Confluencia, 4 años en Independiente de Neuquén -alguna vez jugó contra el All Boys de Facio, Bafundo y Zabala por el regional-, cuando el presidente del rojo neuquino era Jorge Sobisch, que fuera gobernador. "Soy amigo de Sobisch, me ayudó mucho", reconoce.

 

El Casino, pero siempre el fútbol.
Ingresó al Casino cuando dependía de la gobernación neuquina. ""Fue el 1º de julio de 1977, y entramos juntos con Omar Giménez", quien es el actual gerente en Santa Rosa. Igual se dio el gusto de jugar un regional para Juventud Unida de Cutralcó (hoy Alianza), y más tarde pasar por Deportivo Neuquén y Pacífico, para terminar otra vez en San Martín de Cipolletti.
Cuando empezó en el casino tuvo que conformarse con ser ayudante de campo. El Mosquito Arguindeguy y Cayetano Rodríguez (ayudante de Menotti alguna vez) lo tuvieron 7 años, cuando jugaban allí Blas Giunta, Russo y el Baby Cortés. "Me gustaba mucho y dirigí mucho tiempo a Cipolletti en la liga local". En ese tiempo, a los 6 meses amagó con dejar el casino porque el fútbol le tiraba demasiado. "Pero por suerte me quedé, ¿no?", sonríe.

 

Llegar a gerente.
Le tocó ser parte del equipo que armó "el primer casino en Comodoro Rivadavia", cuando las salas de juego se privatizaron, y fue a vivir con su esposa y las tres nenas en tanto Maxi iba a nacer allí.
En 1995 ascendió a gerente y vino a All Boys cuando el Casino estaba instalado en el club. "La verdad es que me encantó Santa Rosa, sobre todo porque enseguida me pude vincular con la gente del fútbol", rememora.
Tuvo un paso importante por el Casino del barco en Puerto Madero, en tanto el 14 de diciembre de 2000 fue cuando se inauguró el casino santarroseño y quedó a cargo.
Hoy es gerente de coordinación de la empresa, y vive viajando de un lugar a otro donde hay salas de Casino Club, propiedad de Cristobal López, Juan Castellano, Ricardo Benedicto y Héctor José Cruz.
Roberto Forestier llegó de portero a gerente, pero me parece que tiene claro que, como decía don Osvaldo, de nada sirve el poder que da el dinero, el boato, o la sensación de suntuosidad que pueden dar las luces del casino ante la vida misma. Que también se puede dejar "una huella", como pretende, desde la simpleza del querido y bendito fútbol... Sí señor.

 

Un complejo que crece.
Cada fin de semana miles de personas se reúnen en el complejo "Ricardo Forestier", sobre Robustelli al 1.100. Son 5 hectáreas que Roberto compró cuando en el lugar había sólo hornos de ladrillo, y hoy es un sitio que tiene hermosas canchas con un césped que invita a jugar, y con el proyecto de iluminar próximamente el escenario principal, que ya tiene su correspondiente alambrado olímpico.
Forestier es uno de los impulsores de la Liga de Veteranos, que empezó a jugar en canchas del Víctor Arriaga, del Club Estudiantes. Allí "El Perro" Baretto fue uno de los principales colaboradores, y con él cada noche a las 3 de la mañana Roberto Forestier (a veces acompañado de Mario Ziaurriz, el locutor del Casino) iba a cerrar el agua que regaba las canchas.
Pero el hombre tenía la idea entre ceja y ceja y comenzó el movimiento de suelos en su propio predio, luego vino el riego, y las canchas del "Ricardo Forestier" fueron tomando color. Levantó los vestuarios, los sanitarios y la confitería, todo de muy buena calidad, pero la denuncia de un vecino hizo que tuviera que tirar abajo la construcción de 260 metros cuadrados. Pero, obstinado, levantó nuevamente las instalaciones 50 metros más adentro del predio para que todo estuviera en regla. "El material de la primera construcción se lo regalé a una Iglesia Evangélica", cuenta.
Pero el proyecto crece, y la idea ahora es hacer la pileta de natación, instalar juegos para chicos, y el día de mañana que el club "Ricardo Forestier" tenga sus divisiones inferiores. ¡Si eso no es dejar huella! Adelante y suerte, Roberto. El fútbol, agradecido.

 

Con Giunta y con Bochini.
Forestier conoció personajes fantásticos del fútbol argentino. "Tuve de entrenador al Marqués Sosa (gloria de Racing de Avellaneda), fui ayudante de 'Toscano' Rendo y de 'Puchero' Varacka. También cuando era ayudante de campo trabajé con Blas Giunta, y soy amigo. Si, un lujito...", dice Roberto Forestier,
Alguna vez también se dio el gusto de traer a su equipo, en un torneo de veteranos, al enorme Ricardo Bochini... "La historia terminó cuando un tal Domínguez de Tres Arroyos le metió tremenda patada... cuando El Bocha protestó el otro le dijo: ¿Y vos dónde jugaste? ¡Al Bocha!". Carcajadas por doquier.

 


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