Narcos, violencia y autodefensas
Dos son los rasgos que caracterizan a México dentro de las naciones latinoamericanas: la primera es que, con sus casi 121 millones de personas es el más poblado de los países hispanoparlantes. La otra es la legitimidad de compadecerlo ya que está -en el agudo decir de uno de sus presidentes- "tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos", aserto que se justifica al recordar que aquel país se le quedó con algo así como un millón de kilómetros cuadrados de su territorio.
Precisamente por esa cercanía es que los anglosajones siempre están muy atentos a todo lo que ocurra en esa nación, que por su carácter indolatino suele escapar a las previsiones norteamericanas. Recuérdese que, altri tempi, los mexicanos hicieron la primera revolución por la tierra, nacionalizaron su petróleo en las mismas narices estadounidenses, fueron el único país que invadió militarmente a los Estado Unidos con la incursión de Pancho Villa y, en los últimos veinte años, albergó la extraña guerrilla zapatista, que no combate, pero está.
Al complejo panorama socioeconómico del país se había agregado en los últimos años la aterradora presencia y acción de los cárteles de la droga, que desplazaron a los alicaídos colombianos en el suministro del producto al mayor consumidor del mundo: Estado Unidos. La acción de estos grupos ha sido tal, y tan terrible, que hasta terminó espantando a una sociedad de tradiciones violentas, como es la mexicana. Precisamente la última singularidad sociopolítica que se registra está originada en la problemática de la droga y la violencia, y consiste en que en algunas áreas del estado de Michoacán, han surgido movimientos de autodefensa, grupos parapoliciales dotados de planificación, armas pesadas y una moral de combate muy llamativa, todo apuntado a luchar contra uno de estos grupos mafiosos -llamado nada menos que "Los Caballeros Templarios- que hasta ahora se habían impuesto a sangre y fuego. Michoacán, donde esto ocurre, es, una región agrícola, en la que la mayoría de sus habitantes es pobre, y desde hace años los cárteles narcotraficantes se aprovechan de sus montañas para esconder plantaciones de marihuana y laboratorios de drogas sintéticas. Se considera que los Caballeros Templarios controlan mayoritariamente las actividades criminales de la región.
Aunque se procuró no darles mayor trascendencia, las autodefensas en pequeñas comunidades empezaron a surgir hace casi un año. Las componen grupos de vecinos que se levantaron en armas para protegerse de las extorsiones, secuestros y asesinatos a que los someten los grupos mafiosos, a los que se sospecha están relacionados con las autoridades locales.
Tan singular e insólita situación provocó la inmediata reacción del ejército mexicano, que como buena entidad castrense latinoamericana, detesta a cualquier grupo de civiles armados. Con una celeridad que no parecía haber ejercido sobre los narcos, avanzó sobre las fuerzas de autodefensa y las emplazó a que entreguen su armamento. El gobierno federal advirtió que no iba a permitir que sigan empleando armas de alto poder no permitidas por ley, pero estos grupos se resisten a entregarlas. Se sabe, por otra parte, que el comercio armamentístico en la frontera méxicoamericana es activísimo.
Una explicación de la rapidez y severidad con que se han movido las tropas federales puede estar dada por el hecho de que para el Estado mexicano la presencia de las autodefensas, desde su mismo nombre, constituye un estigma que subraya su falta de vertebración e ineficiencia. Por lo pronto, las noticias internacionales hablan de varios pueblos tomados por estas singulares tropas, que integran unos tres mil hombres. En los combates con los federales han muerto, al menos hasta donde se sabe, cuatro personas.
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