Martes 16 de abril 2024

Problema con la máquina que carga culpas ajenas

Redacción 02/08/2015 - 05.59.hs

En ocasiones he sentido la necesidad de hacerme eco de las preocupaciones que genera el avance de las máquinas con inteligencia artificial
Hay quienes temen que los mecanismos cada vez más complejos, que han comenzado a instalarse casi multitudinariamente, puedan independizarse de su creador y terminar condicionándolo o sometiéndolo.
Existen dos desarrollos de la inteligencia artificial. Una es la que tiene ya numerosas aplicaciones en robótica, lingüística, minería, industria, medicina, videojuegos, etc. Su campo no hace más que extenderse.
El segundo pertenece al rubro de la ficción, en el que sobresale el nombre de Isaac Asimov, autor de numerosos relatos (muchos de ellos llevados al cine) y autor también de lo que se llama leyes de la robótica, que son tres: 1) El robot no hará daño al hombre ni permitirá que el hombre lo sufra; 2) un robot debe obedecer al hombre, excepto si tales órdenes contradicen a la primera ley; 3) un robot debe protegerse a sí mismo, salvo cuando esta protección entre en conflicto con las leyes 1 y 2. Más tarde, cuando se avanzó en la ficción de las guerras galácticas, se enunció una ley cero: un robot no hará daño a la humanidad ni, por inacción, permitirá que la humanidad sufra daño. Como se aprecia la ley cero repite las dos primeras de Asimov, extendiéndolas del hombre (el individuo que crea un robot) a la humanidad. Todas estas leyes traducen el recelo que siempre ha existido acerca de la conveniencia de crear seres inteligentes que puedan rebelarse contra su creador. Este recelo subsiste y no es ficcional. Se corresponde con el viejo temor de desafiar a los dioses. No es el tema de esta nota, pero este recelo propone una exploración distinta referida a la índole de lo humano, si se toma en cuenta que nuestra especie siempre ha estado tratando de ir más allá y por eso cambia y tiene una historia. Cada paso adelante implica un desafío y, desde luego, un riesgo.
Los interesados en inteligencia artificial que no busquen ser expertos hallarán mucha información en Internet.

 

Culpa
En este tema de la relación del hombre con sus criaturas inteligentes, se repite una situación que incluso se puede dar (y se da) en el ámbito familiar: ya cuando hay competencia entre la pareja en materia de inteligencia o capacidad de tomar decisiones, ya cuando algún hijo se pone muy preguntón o sobrepasa a sus mayores en ciertos conocimientos.
Hay quienes creen que el miedo de estar pasando un último límite (y que exista tal límite) es una herencia de las creencias religiosas. Sin embargo, es posible que tales creencias se hayan acuñado a partir de un recelo natural que puede entenderse si se considera que el hombre sale de la animalidad y avanza en humanización a fuerza de transgresiones, de dar un paso más allá y de pararse sobre sus logros para ver más lejos. Recuérdese que se dice que avanzamos a hombros de un gigante: el gigante que resulta de los sucesivos éxitos del pensamiento, de la ciencia y de la aventura en lo desconocido.

 

Watson
La IBM ha desarrollado en su centro de investigación cercano a Nueva York una supercomputadora, a la que llama Watson (en homenaje a uno de los responsables de esta empresa). Watson ha podido vencer en desafíos con ases de actividades humanas que requieren un desarrollo grande o especial de la mente.
Watson tiene capacidad (y la usa) para procesar y ordenar toda la información del mundo y las personas. Incluye los datos personales e íntimos que cada vez más individuos humanos vuelcan en sus aparatos (hijos de la inteligencia artificial). Esta advertencia la hace el escritor Rodrigo Fresán, quien dice que Watson tiene un sistema cognitivo que le permitirá aprender de sí mismo y tomar decisiones. "Ignoramos qué información está siendo almacenada, compartida o usada para anuncios (publicitarios) u otros propósitos".
Fresán cita a Nicholas Carr, autor del libro "Superficiales y atrapados", quien estima que ya estamos siendo condicionados por esta inteligencia artificial. El hombre actual ha cedido espacio privado y ahora se cuida más de su imagen pública (cómo es visto) y no explora sus pensamientos y sensaciones. Nicholas George Carr es un crítico del "utopismo tecnológico" y piensa que Internet puede hacer un daño final al pensamiento.
O sea que nos podemos estar convirtiendo en una disponibilidad para los designios de otros. O sea, también, que las leyes de Asimov yerran el blanco al pedirle al robot que cuide al hombre, pues de quien hay que recelar es del hombre. Del uso que hace o puede hacer del saber resultante del empeño de toda la humanidad. ¿Si hemos podido dañar el planeta, cómo dejaríamos de dañarnos en lo que nos diferencia?
Jotavé

 


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