Domingo 27 de julio 2025

SOCIEDAD. Fiebre de sábado

Redacción 14/09/2008 - 02.05.hs

¿Cómo eran las noches de Santa Rosa en la década del 60 y del 70? Cuando los jóvenes comenzaban a hacerse ver en una sociedad tradicional, empezaron a proliferar los lugares dedicados a ellos y sus gustos musicales.
Diana Acebo*

 

A mediados del siglo XX la humanidad tomó conciencia de la existencia de un grupo social transformador, portador de innovaciones que hasta entonces no había sido percibido por los adultos: los jóvenes. Desde el punto de vista social este grupo etario era ignorado. No existía la cultura adolescente con sus hábitos, vestimenta, identidad propia: se pasaba de ser niño a adulto ignorando una edad intermedia. Pero la transformación llegaría impulsada como por un huracán rodando y vibrando con un frenesí tan enérgico que no se detendría más y que cambiaría el mundo. El cambio se produjo a partir de la revolución generada por una música estridente e intolerable para los adultos: el rocanrol.
La figura de Elvis Presley sacudió primero a la sociedad norteamericana y después, al mundo. A partir de ese momento, la juventud comenzó a convertirse en un grupo social importante, con intereses propios, costumbres, vestimenta identificatoria y una música que exigirá de lugares especiales para sus consumidores por el alto grado de volumen.

 

Espacios propios.
En la década del 60 y hasta mediados de los 70 los escasos habitantes de Santa Rosa iban a bailar a la confitería El Aguila o se divertían en los bailes familiares organizados por los clubes Argentino, Fortín Roca, All Boys, San Martín, Sarmiento o Penales, en los que se escuchaban grupos locales de música beat, cumbia colombiana, temas ejecutados por las orquestas típicas y característica, y temas de la nuevaola. También el piso 13 del Hotel Calfucurá, inaugurado en el año 1968, constituyó un lugar en el que se celebraban fiestas de cumpleaños y eventos juveniles de la selecta sociedad santarroseña.
La necesidad de que existieran espacios juveniles autónomos, que integraran la diferenciación y también la oposición a lo que se conocía como el espacio o mundo de los adultos, se concretaría en Santa Rosa en el año 1966 cuando se inauguró el primer boliche bailable: la boite “La Cueva de Los Violentos” (ex peña folklórica “La Querencia”). Estaba ubicada en la calle Pellegrini 272, frente al Banco Pampa, en el 2º piso. “Como se fisuraba el techo de la mueblería ubicada en la planta baja por la cantidad de pibes que iban, seguimos haciendo las actuaciones en el Club Santa Rosa, que era más grande”, comentó “Pocho” Roldán, líder fundador de Los Violentos, una de las primeras bandas de rock pampeano y responsable del lugar.
Ese mismo espacio cambiaría de nombre el día 4 de julio de 1968 cuando Julio Braile y Ernesto Mansilla –músicos de Los Violentos y del Grupo 04– inauguraron el boliche “04”, que más tarde se convertiría en “Un lugar”.
La boite “04” tenía una connotación tuerca, la estética del lugar estaba relacionada con la pasión que sentían los dueños por los autos, motivo que los llevó a instalar la trompa de un Ford “T” orientada hacia la pista de baile. En la entrada del local y para llamar la atención habían colocado un semáforo, elemento exótico para la época puesto que recién comenzaban a verse los primeros en la ciudad. Luz negra, el globo con espejos y un juego de luces que había inventado especialmente Avelino Rodríguez, eran algunas de las innovaciones que presentaba este boliche de los años 70 que atraía a los jóvenes de Santa Rosa.
La música que se escuchaba en esos lugares era la música bailable de Luis Aguilé, Jonhi Tedesco, Chico Novarro, Violeta Rivas, Trocha Angosta, La Joven Guardia y Sandro y los de Fuego, entre otros.

 

De boliche en boliche.
En los primeros años de la década del 70 los clubes seguían siendo los lugares más apropiados para la actuación de los grupos musicales con sus múltiples presentaciones que alegraban los fines de semana que iban de jueves a domingo. Es sorprendente la cantidad de eventos sociales que incluían la participación de grupos que hacían música en vivo: cumpleaños, elecciones de reinas, carnavales, fiestas del estudiante, fiestas de egresados.
Los carnavales en Santa Rosa merecen una referencia especial. Los más importantes y exitosos fueron los que organizaban los clubes All Boys, San Martín y Sarmiento hacia finales de la década del 60 y principios del 70. En el año 1977, estas fiestas populares, serían anuladas del calendario por un decreto militar y los clubes entrarían en un deterioro institucional que los excluyó como alternativa para la recreación juvenil.
Anida en los espíritus jóvenes ese anhelo de construir la propia identidad cultural, que los diferencia y a su vez los define. Movilizados por una tendencia mundial se abren en Santa Rosa entonces numerosos boliches bailables destinados exclusivamente para la juventud. Aquellos que hoy transitan su quinta década recordarán el sótano de la calle Quintana donde estaba instalado Ova. Adlon, ubicado en la esquina de Gil e Yrigoyen, fue otro de los lugares que se recuerdan por sus impecables cortinados que impedían ver su interior. Otros fueron Cervantes y Capri –en Yrigoyen 87– y Brujas –en Pellegrini 355– con su estética particular donde su interior imitaba ser una gran cueva con detalles en papel.

 

Los reconocidos.
También apareció Kascote Discoteque –en Coronel Gil 165–, uno de los boliches más populares entre los jóvenes de la ciudad, inaugurado el 7 de junio de 1970. Su dueño fue Clive René Bassa. “Kascote: sinónimo de ruido, música y juventud”, anunciaba el diario La Capital de ese día. Amilcar Evangelista, uno de los referentes más importantes de la pintura pampeana, se encargó de la decoración. Kascote fue un lugar que permanecería para siempre en la memoria de los jóvenes santarroseños, con dos pistas bailables, una gran barra, una estética moderna y muy pensada al estilo de los boliches de Buenos Aires.
Otros nombres recordados son: Ciroco –Raúl B. Díaz 221–, Samurai y Tobruk –también en la Raúl B. Díaz– y Gringó –Mitre 230–. A mediados de la década del 70 comenzaron a abrir sus puertas Le Club Discoteque –Yrigoyen 270–, El Hostal del Ciervo Rojo –Yrigoyen 390–, Kokesi –Illia 2066–, Piedrazul –antes se llamó La Nuit, en la intersección de Illia y Selva–, Periplo –en el Parque Recreativo Don Tomás– y El Gato Negro –en Avenida Antártida Argentina–.
Maurice estuvo ubicado en Yrigoyen 57. Desde la entrada hasta llegar a la pista que estaba al final del boliche había que recorrer casi cincuenta metros. Muchos adolescentes en el año 1978 festejaron allí el mundial con la música de Ovidio Lihour.
Además existían otros lugares que eran sólo para “tomar algo”: Amancay, ubicado en la calle Gil junto a la Universidad Nacional de La Pampa, posteriormente cambiaría de nombre y se transformaría en Calú, primero, y Aula 3, después.
Varios de estos locales permanecieron abiertos hasta mediados de la década del 80. Algunos duraron sólo unos meses, otros cambiaron de denominación; pero, aunque en la actualidad son nombres inexistentes en la geografía urbana, continúan presentes en los recuerdos de quienes vivieron su juventud en Santa Rosa.

 

Con el ritmo.
En los 70 la música en vivo había entrado en bancarrota. La apertura de los boliches en Santa Rosa hizo que la asistencia de los jóvenes a los bailes populares comenzara a disminuir progresivamente. Otra realidad musical se estaba gestando lentamente, cautamente el rocanrol comenzaba a ser parte de la identidad de un grupo minoritario chicos y chicas. No había boliches que pasaran sólo rocanrol, excepto un boliche llamado Tragos Isis ubicado en la calle Gil al 500, perteneciente a “Tero” García, uno de los primeros discjockey de Kascote.
Santa Rosa estrenaba un aspecto nuevo de la nocturnidad y un personaje inédito aparecía en el escenario musical pampeano: el discjockey. Uno de los primeros en pasar discos en los novedosos boliches santarroseños fue Eduardo “Dadi” Martín, que recuerda sus lejanas experiencias juveniles: “Piedrazul, sólo para parejas, simulaba ser una gran cueva con todas cavernas internas hechas en yeso. Había que pasar la música que la gente quería y mechaba con un poco de rock, que en la radio todavía no se escuchaba. Recién empezaba a oírse en Santa Rosa ‘La Balsa’ de Litto Nebbia, que pegó mucho, lo hacían todos los grupos de la época y en la radio también le daban mucha manija”.
“La década del 70 fue la mejor época del rock, la más prolífera, surgieron los mejores músicos nacionales y extranjeros y renovaron la música: The Rolling Stones, Yes, King Crimson, Súper Tramp, Led Zeppelin, Frank Zappa, Pink Floyd, Jim Morrison, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Sid Barrett, Creedence Clearwater Revival, Deep Purple, ABBA, Carpenter’s, Queen, Sex Pistols, el primer disco de Emerson Lake and Palmer, Black Sabbath”, enumeró.

 

Peñas.
Por entonces también existían en el escenario urbano las peñas folclóricas que también eran espacios de encuentro importantes para los jóvenes: Camaruco –Ameghino 565–, La Rueda –avenida Roca entre Cervantes y Centeno–, y la peña cultural El Temple del Diablo –Centeno y Don Bosco– donde se realizaban reuniones, muestras de arte y presentaciones de libros como “Tierra que sé” de Edgar Morisoli en el año 1972. Eran tiempos en que la figura del poeta nochernícola Juan Carlos Bustriazo Ortiz se perfilaba por las calles de Santa Rosa rumbo al Temple donde seguramente se encontraría con sus amigos como Delfor Sombra, Guillermo Mareque o “Tucho” Rodríguez.

 

La oscuridad.
En estos tiempos en el país comenzaron a circular los aires represivos que se instalarían el 24 de marzo de 1976, momento en que la historia argentina ingresó en el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.
La llamada cultura del miedo provocó en la sociedad una profunda depresión, un gran desinterés en las actividades comunitarias, una incipiente indiferencia hacia los compromisos sociales y una gran confusión existencial. La anulación de los lazos sociales o su ruptura tuvo como consecuencia un deterioro en la comunicación intergeneracional.
El rock de los 70 fue como una válvula de escape, una cápsula protectora, una máscara de oxígeno para un grupo social amenazado, perseguido y aniquilado: los jóvenes. Las letras de las canciones constituyeron el lugar desde donde se podía romper el silencio social. El rock de los setenta documenta la ferocidad de una etapa de la historia argentina.
Los referentes de la música nacional de la década del 70 fueron El Reloj, Pastoral, Polifemo, Alas, Litto Nebbia, León Gieco, Vox Dei, Sui Géneris, Aquelarre, Arco Iris, Raúl Porchetto, Alma y Vida, Manal, Pappo, Spinetta, Pescado Rabioso y Gustavo Santaolalla, que incorporó la fusión folklórica.
La SIDE contemplaba la posibilidad de que algún disco pudiera sortear los controles y llegar al oyente joven con “mensajes disolventes”. Estos discos no deseados pasaron a llamarse “discos de guerrilla”. Obviamente, ni bien se los visualizaba, debían ser aniquilados sin contemplación. Por eso la secretaría ordenó que varios de sus agentes investigaran lo que ofrecían las tiendas de discos del país, afirma Sergio Pujol en “Rock y dictadura”.
A los que les gustaba ese tipo de música los tildaban de raros. Si además tenían un modo especial de vestirse (pelo largo, pantalones de jeans, camisas floreadas) era suficiente para que la pulcra sociedad santarroseña los mirara de reojo.
Habría que esperar varios años para que la cultural juvenil volviera a tener su lugar en un país sumido en el terror.

 

*ESCRITORA e investigadora

 

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