Martes 26 de marzo 2024

La humildad de Alfredo Olivo

Redaccion Avances 31/07/2022 - 12.00.hs

Un actor recuerda a otro con respeto y admiración. Alfredo Olivo fue músico, pintor, dibujante, publicista, libretista. Fue miembro fundador del Centro de Artistas Plásticos de La Pampa.

 

Juan Aldo Umazano *

 

Sabía de todo, pero su humildad escondía esos conocimientos. Fue músico, pintor, dibujante, publicista, libretista.

 

En un asado cantábamos por turno hasta que le tocó a él, y dijo: –Qué voy a cantar yo–.

 

Ante la insistencia pidió al guitarrista que le hiciera Re Menor, y largó con Los Mareados. ¡Qué manera de aplaudirlo! Cuando terminamos se disculpó; –¡Tengo muchos cigarrillos encima!–. Sonrió, y se tapó la boca para toser.

 

Alfredo había nacido en 1932, en San Antonio Oeste, Río Negro. Hijo de ferroviario. Vino a Santa Rosa en 1967. Por suerte tuve el privilegio de trabajar con él en teatro.

 

Voy a contar lo que me dijo Irma, su señora, que es como una presentación de su personalidad.

 

Ellos solían pasar las vacaciones en familia, en San Antonio. Un verano, como usaba lentes de mucho aumento y no se los había quitado, una ola se lo voló. Salió y se quedó bajo la sombrilla, esperando que pasara la tarde, hasta que Irma le insistió que se metiera igual, debía disfrutar. Ya tendría otros lentes. Fueron hasta el agua y apenas entró, piso sus lentes. El caso es que contento y con los pies en el agua, se puso a mirar las olas.

 

Ocasionalmente se pone a charlar con un señor que hacía lo mismo –imagino que esa persona también estaba comunicada con el arte–. Salió la conversación sobre pintura. Cuando el señor le preguntó de dónde era, Alfredo contestó “de La Pampa”. El hombre exclamó sorprendido –¡De La Pampa! Un año veníamos de vacaciones y pasamos por  Santa Rosa. Cuando le preguntamos al hotelero dónde podríamos ir esa noche, nos dijo, al teatro. Como nos gusta mucho, fuimos. Entre las obras cortas que vimos estaba El Ticodón, de Wernicke. ¡Dios mío! De ese actor no me olvido más–.

 

El hombre le habló de la manera de moverse que tenía el personaje, de su serenidad. Además estaba dotado de una voz pastosa, tranquila; sabía lo que decía. –El, manejaba el personaje. La verdad, me dejó maravillado–.

 

Después de un silencio, le peguntó:

 

–Usted lo debe conocer, seguramente–.

 

–Sí, lo conozco–. Pero en ningún momento dijo que era él.

 

Un día le pregunté si era cierto.

 

–Después de tantos halagos, no le iba a decir que ese actor era yo–.

 

Alfredo fue quien me habló del teatro de Roberto Arlt, de las Aguafuertes Porteñas, de los grandes dramaturgos, del Teatro del Pueblo. Había subido mucho a las tablas en  Bahía Blanca. Evaluaba los personajes por el comportamiento. Ponía como ejemplo las palabras que decía el italiano viejo en el sainete Los Disfrazados, de Mauricio Pacheco, cuando todos pasan con caretas para ir al corso. El viejo Don Pietro se la pasaba fumando en pipa.

 

–A ver Don Pietro. Diga algo usted–.

 

Pietro: ¡Eh! Miro el humo.

 

Cada vez que le preguntan algo, siempre decía:

 

– ¡Eh! Miro el humo.

 

– ¿Cuándo va a acabar de mirar el humo?

 

Me explicaba que en ese “¡Eh! Miro el humo”,  exteriorizaba su problema porque  estaba casado con una mujer joven y era cornudo.

 

O cuando en La Muerte de un Viajante de Arthur Miller, el tío exitoso que llega un día de lluvia y visita a su hermano, desafía a pelear al sobrino para saber si ya sabía defenderse. Pelean. El tío lo engancha con el mango del paraguas en la pierna y lo voltea. Gira el paraguas, le pone la punta en el ojo, y le aconseja: –“Nunca pelees limpiamente con un desconocido”–.

 

Ese tío, todo lo que sabía lo había aprendido en la calle, que era donde había hecho su fortuna.

 

Alfredo me explicaba cómo el actor con un gesto dice más que cien palabras. Llegará también el día que cada puesta deberá ser montada con un proceso de creación de acuerdo a la obra.

 

Tuve la suerte que me ilustrara la tapa de “El Molino Loco”, un libro de edición limitada, pero conservo algunos ejemplares. Es una obra de teatro estrenada en el Campamento Teatral de Trenel donde actuábamos “Tatalo” Pavese, Miguel Angel Garro y yo. 

 

Alfredo fue uno de los que lucharon en múltiples disciplinas. Tenía una sensibilidad, que parecía no desprenderse de la obra. Una vez le ayudaba a trasladar cuadros para una exposición y me seguía pidiendo que tuviese cuidado, que no la rozara, que se me podría caer. Evidentemente entre él y el cuadro seguía existiendo el hilo creador. Fue cuando me acordé de Bustriazo, que más de una vez en la casa de Gustavo Pérez, lo vi escribir; cuando utilizaba una palabra que no iba, lanzaba un suspiro. Uno podía estar en otra pieza, pero como le ponía sonido a su equivocación, podría decirse que lo escucha escribir.

 

Alfredo fue miembro fundador del Centro de Artistas Plásticos de La Pampa, habiendo ocupado varias veces la presidencia. Tenía un cuento escrito que se llamaba “Gracias por el Paseo”. Se trataba de un perro que lo llevaban en una camioneta. Creo que había escrito algunos más. Pero los vientos por estos lares suelen ser muy traviesos. Por eso, en notas así, uno se siente útil.

 

Gracias por todo Alfredito.

 

* Escritor y titiritero

 

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