Rodolfo Walsh y las palabras
En estas páginas, la autora hace un repaso por los años y obras de Rodolfo Walsh. Sus años en Cuba, su contacto con Perón en España y un regreso poco amigable.
Nilda Redondo *
Rodolfo Walsh había estado en Cuba junto a Poupée Blanchard entre 1959 y 1961, trabajando en la Agencia de Noticias Prensa Latina. Había sido convocado por Jorge Masetti y compartió el trabajo con Rogelio García Lupo, Juan Carlos Onetti, Susana “Pirí” Lugones, Francisco Urondo, Gabriel García Márquez, entre otros y otras insignes periodistas, escritores, escritoras.
Esa primera experiencia fue luego desplazada por el avance del PSP -Partido Comunista Cubano- en seno de la revolución. Los escritos de esa época fueron desaparecidos, salvo dos publicados en Argentina en la revista Che (Jozami, 2006; Arrosagaray, 2004).
Cuando regresó a la Argentina, RW tuvo dificultades para conseguir trabajo. Dice que no le perdonaban que hubiera escrito Operación masacre (1957) y Caso Satanowsky (1958) y que además hubiera estado en Cuba (Jozami, 2006). Fue un período de prosperidad intelectual en cuanto a su producción literaria; la editorial Jorge Álvarez le publicó dos colecciones de cuentos: Los oficios terrestres (1965) y Un kilo de oro (1967); y dos obras de teatro La Granada y La Batalla (1965). Entre 1966 y 1977 escribió en la revista Panorama. Fue jurado del premio de Casa de las Américas de Cuba en 1968, 1970 y 1974 (Ballón Patti, 2012).
En esta época no tiene un encuadre específico con orgánicas partidarias. Había sido en su temprana juventud de la Alianza Libertadora Nacionalista; luego, estuvo de acuerdo con el golpe del 55 del que se alejó espantado cuando conoció e investigó la masacre de los basurales de León Suárez, denunciada por él en Operación masacre.
Por mediados de los sesenta tendrá un acercamiento al Ma Le Na (Movimiento de Liberación Nacional) (Jozami, 2006, Pacheco, 2012).
En Walsh, como sucedió en otros y otras intelectuales y artistas de Argentina y de América Latina, la realización del Congreso Cultural de La Habana en enero de 1968 (Candiano, 2018; González Laje, 2019), fue determinante en cuanto a su opción existencial tanto desde el punto de vista político como desde el punto de vista cultural. Rodolfo Walsh participó en ese Congreso personalmente, junto a Ricardo Piglia, León Rozitchner, Julio Cortázar, Francisco Urondo, entre otros y otras.
Dice Jozami (2006) que Urondo y Walsh optaron, en el Congreso del 68, por la posición más radicalizada en cuanto apoyar el concepto de intelectual revolucionario. Pero veamos si estas dicotomías dadas entre el intelectual comprometido y el intelectual revolucionario (Gilman, 2003) nos sirven para comprender el complejo fenómeno que se desarrolla en Argentina entre fines de los 60 e inicios de los 70, en el siglo XX, corto pero intenso período que fue vivido como el momento de la posibilidad de la revolución por amplios sectores del campo popular.
RW y su ardoroso 68.
De regreso de Cuba, RW pasa por Madrid y allí, Juan Domingo Perón le presenta a Raimundo Ongaro. Lo insta a acompañar el proyecto de la CGT de los argentinos y a hacerse cargo del semanario de esa central de trabajadores antiburocrática. El primero de mayo de 1968 se da a conocer la proclama de la CGT(a) en cuya redacción ha intervenido su director.
Por primera vez en este tipo de documentos, se convocaba expresamente a los intelectuales a integrar el gran frente antiimperialista y además se expresaba como claramente anticapitalista, en contra de la alienación del trabajo del ser humano a manos del capital (Redondo, 2001).
Debemos situarnos en el contexto argentino: la proclama se produce durante el segundo año del gobierno dictatorial del general Juan Carlos Onganía, se planta contra el grupo vandorista aliado a la dictadura y que ha dividido a la CGT al no acatar el triunfo en el congreso normalizador de los sindicalistas más combativos, como Raimundo Ongaro y Agustín Tosco (James, 1999). Hay un ascenso de la lucha revolucionaria que se expresará al año siguiente en el Cordobazo, insurrección obrero estudiantil que hará tambalear a la dictadura y producirá el recambio de Onganía por otro dictador.
En el Semanario de la CGT (a), RW publica por entregas, la primera y segunda parte de su tercera obra testimonial: ¿Quién Mató a Rosendo? Al año siguiente, en 1969, se publicará como libro con la incorporación de una tercera parte, pieza maestra de caracterización de la burocracia sindical: “El vandorismo”.
Destaco que en esta obra, en la que se manifiesta su clara inclinación a favor de los obreros de base nucleados en torno a Domingo Blajaquis, el “Griego”, y Raimundo Villaflor, se coloca en primer lugar, como elemento estratégico para la organización desde la base de fábrica, a la formación teórica y al conocimiento de otros procesos de liberación. Es decir, la actividad intelectual aparece central en el proceso de lucha por una vida mejor. Por otro lado, a Augusto Timoteo Vandor, el “Lobo”, se lo presenta como alguien con muy poca capacidad de desarrollo teórico, de escritura, de palabras, más bien prima en él el tacticaje, la astucia, el manejo de los hilos y, sobre todo, la capacidad de aliarse con el aparato del Estado integrado por gobiernos de la burguesía (Arturo Frondizi), dictaduras (Onganía), la policía, el ministerio de trabajo, las redes del hampa -el juego en particular-, el matonaje, los despidos, secuestros y asesinatos de los opositores. Finalmente RW sostiene que es bueno que los trabajadores sepan “que el desprecio por la ideología de la clase obrera es una promesa segura de traiciones, y que las traiciones no se consuman porque sí, sino en pago de algo” (1987: 164).
En este año, 1968, tiene lugar en Taco Ralo, Tucumán, la fallida experiencia de guerrilla rural llevada a cabo por el grupo fundacional de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Es rápidamente detectado, de manera fortuita (Antón, 2003) pero aparece su referencia positiva en el semanario de la CGT (a). Esta experiencia contaba con el apoyo crítico de John William Cooke y Alicia Eguren (Mazzeo, 2016; 2022) -únicos referentes políticos del peronismo revolucionario que se mencionan expresamente en ¿Quien mató a Rosendo?.
Rodolfo Walsh va a participar de FAP en ese devenir que va desde el 68 al 73, en que se incorpora a Montoneros. Es decir, RW a la vez que construye como intelectual a través de la literatura y la prensa, a la que considera vital organizadora política al modo de Lenin (Verbinsky, 1997), toma la decisión de incorporarse en una organización que se plantea la revolución por vía de la lucha armada. Sin embargo, hasta el último instante de su vida, desarrollará su trabajo artístico e intelectual.
Ciertamente que Walsh tendría disidencias con la cúpula de Montoneros. La desconfianza contra los intelectuales era clara en Montoneros, en particular con el grupo que se constituía en torno al Diario Noticias (Mero, 1988; Verbinsky-Sztulwark, 2018). Esto puede verse ya en algunas reflexiones de Paco Urondo en la revista Crisis Nº 17 (1974), y en los documentos que envía Walsh entre 1976 y 1977 a la cúpula de su organización y de la que no recibe ninguna respuesta. En los últimos años de su vida, desde la publicación del cuento “Un oscuro día de justicia” en 1973, no había casi publicado con su firma, en una actitud de fusión como intelectual con la causa revolucionaria, pero el ver la situación de “retirada para la clase obrera, derrota para las capas medias y desbande en sectores intelectuales y profesionales” (Walsh, 1994: 220), y no recibir respuesta de sus jefes políticos (Redondo, 2021), escribe la Carta de un escritor a la Dictadura Militar que distribuye con su firma el 24 de marzo de 1977, a un año del golpe de Estado. La escribe sabiendo que no va a ser escuchado en ese momento pero con la convicción de que su voz será retomada en el gran tiempo y que los pueblos volverán a rebelarse ante la ignominia a que son sometidos por las clases dominantes oligárquicas, las burguesías trasnacionalizadas, el aparato represivo estatal a su entero servicio.
La prensa clandestina.
En la Declaración General del Congreso de La Habana está planteado con mucha precisión la manera que se propone se realice la resistencia y si es posible la contraofensiva a la propaganda del imperialismo: de manera artesanal, de boca a boca, potenciando el murmullo en el seno del pueblo.
RW recurrirá a este instrumento y junto con un grupo de periodistas militantes revolucionarios de Montoneros, organizará ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina) y Cadena Informativa (CI), entre 1976 y 1978. No será en un momento de ascenso de la lucha revolucionaria sino de retirada, en donde no es posible pensar en la toma del poder ni en el socialismo, sino sólo articular los vínculos destruidos por la avanzada de una práctica social de genocidio que desarticula todos los lazos sociales y políticos. Para combatir el terror se necesita articular el balbuceo y escribirlo en pequeños papelitos, tal como lo plantea RW en CI, luego de constatar por noticias que llegan a través de la radio, en un programa extranjero, la muerte de su hija montonera Vicky (Vebitsky, 1985). Entonces, su trabajo fundamental es aportar, a través de las palabras, a la reconstrucción de la realidad de las personas cosificadas, secuestradas y torturadas. Esa es la tarea del intelectual revolucionario en un momento de derrota, destrucción, dispersión y genocidio.
Proceso revolucionario.
En la Declaración General del Congreso Cultural de La Habana se señala que el objetivo del imperialismo y de las clases dominantes de cada país es corromper a lxs intelectuales, incentivarles su subjetividad burguesa, comprarlxs con sus becas, premios y demás formas de cooptación. Se propone, entonces, que lxs intelectuales se nieguen a ser comprados de tal modo y, además, que trabajen codo a codo en las tareas revolucionarias, con estudiantes, obrerxs, milicianxs. Como en los países del Tercer Mundo hay carencia de cuadros, son lxs intelectuales lxs que tienen que aportar en esa formación, convertirse ellxs mismos en divulgadorxs sin por ello resentir “la calidad artística de su obra o de su investigación y servicios científicos, que constituyen también su alta responsabilidad”(C de C, 1968: 126).
Este congreso además señala que las opciones estéticas pueden ser múltiples, es decir que no encasilla en el deteriorado realismo socialista impuesto en la URSS en 1935. A la vez considera que “el hecho cultural por excelencia para un país subdesarrollado es la Revolución” porque sólo con ésta se podrá devolver al pueblo “su ser auténtico” y se hará posible “el acceso a los adelantos de la ciencia y al disfrute del arte” (C de C, 1968 126). Este congreso, que funcionó bajo la advocación del comandante Ernesto Che Guevara, asesinado en octubre de 1967, sostiene que éste es el ejemplo máximo de intelectual revolucionario.
Estas consideraciones han sido evaluadas como “antiintelectualistas” (Gilman, 2003). Sin embargo, no necesariamente debe interpretarse desde ese punto de vista puesto que se trata, en todo caso, de cuestionar el tipo de subjetividad que se otorga al intelectual y al artista en el seno de la sociedad burguesa: personas que olvidan que en un proceso revolucionario o prerrevolucionario que avance en un doble poder, se debe cuestionar la institución arte y cambiar el sentido de para qué se escribe, se pinta, se actúa, a cuáles nuevos públicos hay que dirigirse y a la vez que se los pergeña se los crea; deben cambiar los géneros literarios, las concepciones de qué es un artista o un intelectual. Además, el guevarismo sostiene que la necesidad colectiva de convertirse en nuevos seres, no está sólo planteada para los y las intelectuales sino también para los obreros y las obreras, todos y todas deben ser nuevas personas y adquirir nuevas prácticas.
Rodolfo Walsh no tuvo que aceptar consigna partidaria para producir su propia obra puesto que las organizaciones en las que estuvo no las tuvieron, además no estaban construyendo un Estado socialista sino que enfrentaban un Estado burgués (y luego genocida). Asumió su carácter de revolucionario a través de un proceso doloroso y complejo como bien lo manifiesta en su diario personal en diciembre de 1968, pero fue un intelectual revolucionario y crítico a la vez.
“La revolución se hace primero en la cabeza de la gente”
Esto escribe Walsh en su diario personal en 1968; y continúa: “Conseguir que el oprimido quiera pelear y ame la revolución; pero conseguir también que el opresor se deteste a sí mismo, y no quiera pelear” (1996: 94). Es decir que en su concepción le da un papel central a la escritura, al arte, a palabra. De manera semejante responde a Ricardo Piglia en 1973, cuando afirma que la máquina de escribir es un arma porque con ella “y un papel podés mover a la gente en grado incalculable” (1994: 73-74). Eso hizo con su construcción colectiva en Cadena Informativa y ANCLA, pero, además, lo culminó con la Carta de un escritor a la Junta Militar.
La Carta es una conclusión de la información recogida con el trabajo previo de esa prensa clandestina y efectivamente tiene una difusión por redes inusuales y ocultas a los ojos del poder. Se difunde no sólo en el territorio del exilio en ese momento sino a lo largo del tiempo. En ese momento esa carta como los cables de la prensa clandestina, llegan y ayudan a la “campaña anti argentina” que denuncia la Junta Militar en 1979. Es texto de la voz en off de corto fílmico Las tres A son las tres armas, de Cine de la Base (1977) en el exilio en Perú.
Se difundirá en francés (Slipak, 2017) y en inglés, en los EEUU (Robledo, 2022) donde ayudará a la intervención de la CADHU (Comisión Argentina de Derechos Humanos) ante el senado con el fin de que ese gobierno retire el apoyo a la dictadura de Argentina. La Carta, esas palabras, son eco hasta el presente de una resistencia prolongada y eficaz, tan pobre, tan pequeña, tan callada, y sin embargo tan efectiva.
* Directora de Cátedra Libre Ernesto Che Guevara de Facultad de Ciencias Humanas, UNLPam. Autora de El compromiso político y la literatura. Rodolfo Walsh (2001).
Artículos relacionados