Miércoles 24 de abril 2024

Viaje a su tiempo, regreso al porvenir

Redaccion Avances 15/01/2023 - 06.00.hs

Liliana Ancalao es una poeta que se asume mapuche, vive en Comodoro Rivadavia y acaba de ser distinguida en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México.

 

Nilda Redondo *

 

Para comprender su proceso de construcción creadora tomaré dos referencias teórico-políticas: el concepto de etnogénesis desarrollado por Miguel Bartolomé (2003) y el de la toma de la palabra, desplegado por Michel de Certau (1995). El primero busca comprender el proceso -desplegado desde fines de la década de los 80 del siglo XX -, por el cual despiertan como nuevas comunidades, diversas etnias indígenas de Argentina a las que se las había dado por extinguidas o agonizantes. En el segundo, se da cuenta de un reverdecer del movimiento indígena latinoamericano desde inicios de los 70 de ese siglo. En los dos casos se pone en evidencia que se trata de fenómenos que emergen luego de una prolongada, persistente y clandestina lucha llevada a cabo con múltiples formas de resistencia. Es como nos dice Liliana Ancalao, mientras Francisco Moreno exhibía los esqueletos y cráneos de los recientemente vencidos, en el Museo Antropológico de La Plata, otros, sobrevivientes, se refugiaban en sus lugares hasta hacerse imperceptibles y desde allí conservaron una tenue voz que fue haciendo una cadena de pervivencia: fueron voces clandestinas pero no desaparecidas que desde hace décadas pueden escucharse nuevamente en América.

 

La poeta y su obra.

 

Voy a trabajar con poemas de Mujeres a la intemperie/ Pu zomo wekuntu mew, con los ensayos de Andás bien/ Küme miawmi, ambos publicados en Resuello/ Neyen (2018); con poemas de Rokiñ/ Provisiones para el viaje (2020b) y de Tejido con lana cruda, Züwen Karükal mew (2020a).

 

Me interesa la perspectiva ideológica desde la cual Liliana Ancalao reconoce su tiempo, su cultura, su origen. Cómo lo percibe hoy y desde qué lugar político se constituye para abarcar ese largo tiempo hasta el presente. Es una voz polémica que enfrenta permanentemente un discurso oficial poderoso puesto que es del Estado argentino y sus clases dominantes.

 

Se planta desde una posición anticapitalista y hace confluir la pertenencia de clase social con la etnia, asimismo el género; es que a lxs sobrevivientes indígenas lxs arrinconaron no sólo espacialmente sino también en los sectores sociales más pobres puesto que fueron y son condenadxs a la explotación más salvaje de su mano de obra ya como pobres, despojadxs de sus tierras, en las ciudades del sur. Ese Sur al que también cuestiona como territorialidad; dice: nos llaman el fin del mundo pero somos el inicio. El anticapitalismo que posee la hace rechazar la degradación de la naturaleza que es una práctica intrínseca a ese modo de producción; se asienta, además, en la ensoñación de una vida comunitaria semejante a la que fue, antes de la invasión de los winkas.

 

Una de las expropiaciones mayores denunciada por Liliana es la de la memoria y con ella, el olvido del lenguaje, de su espiritualidad, del quiénes somos. La poeta se presenta en crecimiento permanente, así, su conocimiento del mapuzungun es progresivo como lo dice en el prólogo a Tejido con lana cruda (2020a).

 

Liliana no se desgarra, se mantiene tranquila, consciente, sin odio pero con profunda convicción. En este sentido es muy elocuente el poema “ngen kütral” de Rokiñ en el que dice “no podemos incendiar catedrales ni prender una hoguera de biblias apiladas no nos sale/ sí buscar pedazos de árbol/arrancar matas secas/ hacer un ramo de astillas/ para encender el fuego”. (2020b: 89)

 

Luego trae la violencia extrema de los conquistadores, no sólo en la Patagonia sino en América. Violencia por la imposición de la religión cristiana y los bautismos seriales, por los incendios, los desalojos, los despojos de tierras; la quema de los códices pintados de los mayas; los templos levantados en el Tawantinsuyo; el asesinato de las machi en la cordillera azul; los arreos, los repartos de esclavos.

 

Avanzado el poema redunda en “y no nos sale incendiar catedrales/ ni apilar biblias ni deshojarlas al viento” (2020b: 92). Se ha parado desde su creencia: “no existe para nosotros/ un lugar en el más allá/ llamado infierno” (2020b: 89); lo contrasta con lo que sí existe: el más acá depredado por el avance del “progreso” en el que se explaya la sequía, desaparecen los lagos, se incendian los bosques, percibe el dolor de esos árboles (2020b: 91).

 

Andar nuevamente por esa memoria, ese tiempo y ese espacio propios, para reencender las brasas “despiertas todavía” (2020b: 95), es la razón de la poeta, de la poesía.

 

La guerra del desierto.

 

Liliana Ancalao denomina “la guerra del desierto” a lo que los “historiadores occidentales” llaman “conquista del desierto y pacificación de la Araucanía” (2018: 52). Así lo refiere en “La memoria de la tierra sagrada”. Nos habla de un antes y un después de esta guerra de depredación lograda gracias al winchester, “rifle que el capitalismo compró al ejército chileno-argentino para que nos eliminara” (2018: 52). Coloca al Estado como el común enemigo, más allá de las nacionalidades que se le atribuyen, puesto que para ellxs todo el territorio era único y extenso para “dar sustento a todos, cambiar el ciclo de la siembra y el ciclo de las pariciones” (2018: 51). Esta guerra es una de exterminio, cargada con violencia depredadora para todos los seres de la tierra; esta guerra cataclismo es muerte que desembarcó con el winka quien posee una cosmovisión ajena a la de lxs mapuches puesto que “considera al hombre como el rey del planeta, que considera que el río, el pájaro y el aire existen para estar a su servicio, que considera a la tierra como un recurso económico” (2018: 53-54).

 

En “El viento” de Mujeres a la intemperie, nos cuenta en la primera parte que el malón fue “como un tremendo viento”, “un torbellino en contra de los días/ y eso que los antiguos eran duros/ como rocas/ firmes/ ahí quedó su sangre/ desparramada/ me decías abuela” (2018: 33). Usa la palabra “malón” en un sentido inverso al de lxs occidentales para quienes el “malón” era de lxs indixs.

 

La segunda parte de “El viento”, “cuando me muera deberé cruzar el río”, tiene un epígrafe tomado de un relato oral, que dice: “Disparen nomás, estoy/ acostumbrado a morir”. En una de esas muertes y nuevas revivencias se cuenta a sí misma como guerrero y le habla a su hermana menor que murió joven y era pintora: “arribaremos/ y tiene que estar mi hermana menor/ tiene que estar/ no puede ser la muerte una nada para un pájaro/ para quien ha pintado con pinceles el fuego” (2018: 44).

 

Ser un guerrero es una de las ensoñaciones de ese pasado que se trae una y otra vez, con la memoria poética, al presente; no alguien masacrado, masacrada; despedazado, despedazada; sometido, sometida; esclavizado, esclavizada; despojado, despojada; sino un guerrero libre que como tal elige la muerte; no es la muerte genocida la que lo circunda sino esa otra muerte: la que se canta aquí.

 

Esa potencia del guerrero también está en otros seres por los que la poeta deambula: los pájaros, el choique, un caballo: “después no sabré /si soy un caballo/ o un resuello”; también en el fuego, en el viento, en el agua están esos seres de la tierra de la que salen y hacia la que regresan.

 

La palabra guerra, entonces, tiene doble acentuación: una es negativa, la guerra de la invasión organizada por los Estados chileno y argentino; otra es la relacionada con lxs guerrerxs mapuche, “duros/como rocas/ firmes” (2018: 33).

 

En “Para que drene esta memoria”, introducción de Liliana a Rokiñ, nos dice: “escribo para que haya un mapa que registre este genocidio” (2020b: 17). No había usado esta palabra antes; ahora la usa y la desenvuelve en esa magistral oración que evoca, desnuda, recorre, busca que todo vuelva sobre sus propios pasos: que esa monstruosidad no haya tenido lugar. El exorcismo de ese genocidio se hace con una escritura que se redunda aunque avanza, detalla, enumera para recordar el horror y potenciar la memoria, que es uno de los grandes despojos organizados por el Estado que actúa con su misma lógica de captura y extrañamiento hasta el presente: “Escribo por Camilo Catrillanka y Rafael Nahuel muertos por la espalda por los comando Jungla y por el grupo Albatros, respectivamente, asesinados por recuperar esta memoria aferrada al Wall Mapu al idioma de sus fuerzas” (2020b: 19).

 

El tiempo seriado.

 

En “La memoria de la tierra sagrada” Liliana nos dice a modo de presentación que vive en Comodoro Rivadavia porque desde muy jóvenes, su papá y su mamá debieron dejar el campo “corridos por la pobreza material” (2018: 51). Cuando ella nació, en 1961, su familia vivía en el campamento petrolero porque el papá fue obrero petrolero durante treinta años y la mamá, empleada doméstica de los administradores de la empresa. Este pasaje del campo a la ciudad no es, entonces, sólo un tránsito territorial sino que significa una inscripción de lxs mapuche como subalternxs del capital. Debieron dejar las últimas pobres tierras asignadas por el Estado, “por un empleo, un salario, horarios y patrones” (2018. 51). Más adelante, nos dice: “Y estamos entrampados, incluso los que no necesitamos trabajar para las petroleras, testigos de la depredación de la Tierra; los demás, siendo parte, mes a mes, año a año, por un salario, una obra social, una jubilación. Es la trampa del capitalismo” (2018: 52).

 

Hay que destacar que la concepción del capitalismo que nos presenta Liliana está acompañada por una pérdida de la autonomía en el manejo del tiempo, puesto que la sujeción como subalternx implica justamente eso: que el tiempo propio –comunitario- pase a manos de lxs organizadorxs de la cultura y del trabajo en ese otro modo de producción. No sólo del tiempo diario, individual, sino también del gran tiempo: se convierte en un tiempo seriado a través de la lógica de los horarios, del calendario gregoriano y además, un tiempo superpuesto que debe ser desandado, tal como se lo plantea Liliana en “Eso es lo que é”. Aquí afirma que no le significa nada el 25 de mayo y alterna su palabra con la de Félix Manquel relatando, con profunda tristeza, las arriadas (2018: 72). Las fechas claves del invasor, 1492, 1879, deben ser desarmadas porque se constituyen en una estructura de opresión.

 

Liliana se propone una suspensión en el tiempo para acceder a un estado de contemplación que le permita la vinculación con la tierra, la comunidad, la lengua materna, y de esta manera resistir y sobreponerse a tamaña confiscación.

 

Memoria y orgullo.

 

En “La memoria de la tierra sagrada” Liliana Ancalao nos habla de “nosotros, los desmemoriados”; se refiere a ellxs cuando jugaban, siendo niñxs, “sobre puentes de metal debajo de los cuales corrían arroyitos de agua, aceite y petróleo” (2018: 51). Esa contaminación producida por el capitalismo es también sometimiento y desmemoria.

 

Sostiene que la memoria de los pueblos debe restaurar la fuerza sagrada de la tierra para hacer frente a las depredaciones. Dice que con la invasión de los winkas, “no se perdió el mundo” (2018: 55); otros guerreros apresados pudieron huir y “rumbiaron al lugar en el que habían estado sus comunidades” (2018: 55). Ellxs fueron el fino hilo de la memoria y de esxs ancianxs provienen los relatos que iluminan.

 

En “El idioma silenciado” nos cuenta que el mapuzungun quedó arrinconado en las voces del dolor; fue “el idioma del desgarro cuando el reparto de hombres, mujeres y niños como esclavos. Un susurro secreto en los campos de concentración. El idioma del consuelo entre los prisioneros de guerra. El idioma para pensar” (2018: 66-67). Es decir, no desapareció por más que el Estado emergente del genocidio hizo lo imposible para que así fuera; uno de sus instrumentos más poderosos, la escuela, obligó a “los niños a avergonzarse del idioma que hablaban en su hogar” (2018: 67). Solicita al Estado que aplique urgentemente una política para acelerar “el proceso de recuperación del idioma” (2018: 69).

 

Desocultar nombrando.

 

Liliana pone al descubierto cómo quienes proyectaron el Estado lo hicieron tapando “un territorio pleno de nombres, fuerzas y significados; silenciándolo” (2018: 68). Por eso hay que nuevamente nombrar; pero esta intervención con la palabra tiene carácter polémico, de resistencia y de lucha. Así nos dice en “Palabras Charqui” en donde opone la palabra de ellxs, lxs poderosxs, y la palabra nuestra. Su palabra significa el olvido, la ignorancia, solo el presente, la distracción. La palabra de lxs mapuche, nuestra palabra, significa memoria, conocimiento, pasado-presente-futuro; poesía. Como reivindicación de lo comunitario, lo colectivo, nos dice: “La palabra del poder es yo. Por eso la palabra nosotros tiene tanto poder” (2018: 74). Las palabras son como flechas que atraviesan el presente, con las que se hace memoria, se enciende el fuego y se convoca a lxs antiguos. El fuego palabras- kutral palabras- y las palabras charqui son el ardor, la indignación, la vida; y el mensaje.

 

Poesía, ética y política.

 

En “Poesía en ebullición y transparencia” Liliana Ancalao sostiene que la función de la poesía del pueblo mapuche “es aportar a la tarea colectiva de devolver la transparencia al territorio” (2018: 58). Luego delimita: transparencia es desandar la mentira sobre la que han establecido su poder “los vencedores militares y financistas de la guerra del desierto- pacificación de la Araucanía” (58). Es “desmitificar, descolonizar, recuperar y resacralizar” (58).

 

Significa usar la cordillera como puente y no aceptar la división impuesta por los Estados argentino y chileno; usarla como siempre se ha usado: para escapar de los ejércitos criollos, en los exilios, por urgencias de hambre o de amor.

 

También significa “derrumbar monumentos, cuestionar próceres, rasparnos ese discurso con el que nos enseñaron a avergonzarnos de ser quienes somos” (59). Se trata de recuperar la tradición oral, las ceremonias y los rituales.

 

“Cuando la estética hunde su raíz en la ética” (59) la poesía se potencia y las palabras se convierten en un poderoso instrumento de presentificación.

 

 

* Investigadora, FCH, UNLPam. Este trabajo es parte del diálogo con Liliana Ancalao llevado a cabo en las Jornadas “Rankulches y mapuches oídos desde sus voces, poesías, relatos y perspectivas” realizadas en la Facultad de Ciencias Humanas, UNLPam el 22 de noviembre de 2022.

 

 

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