Miércoles 24 de abril 2024

Último día en el restaurante del pueblo

Redacción 02/10/2022 - 00.07.hs

Siempre hay quienes consiguen el afecto de sus vecinos. Es el caso de Ariel que hoy atenderá por última vez el restaurante del pueblo. Lo van a agasajar el domingo próximo con un gran almuerzo popular.

 

MARIO VEGA

 

Las cuadras céntricas asfaltadas, los cordones prolijamente pintados de blanco, las calles pulcras, y una sensación de orden son como una postal de muchos pueblos de La Pampa.

 

Y Lonquimay, a 65 kilómetros de Santa Rosa, no es la excepción. Llama la atención -eso sí- que el acceso al casco céntrico esté ubicado sobre una amplia curva de la ruta 5 que circunda buena parte de la localidad; y eso parece peligroso. Pero ese es un detalle, nada más.

 

Lo cierto es que son admirables y pintorescos esos pueblos, donde reina el sosiego, el andar sin prisa de sus vecinos, y esa suerte de rutina que no ahoga. Aunque para el que esté acostumbrado a lo urbano -al ir y venir incesante de la gente, como suele suceder en las ciudades más grandes-, quizás resultará curioso tanta calma... ver que por ejemplo casi en el centro del pueblo esté la cancha de fútbol del equipo de la localidad, y además que entre el caserío de pronto irrumpa una imagen bien campestre, con un potrero alambrado y cuatro o cinco caballos pastando cansinamente.

 

Tranquilito y sin apuro.

 

Y qué lindo es ese contraste entre lo urbano y lo rural en pocos metros... donde el que llega se encontrará primero con los terrenos de la playa del ferrocarril verdes y cuidados, y con la estación del tren remozada para que funcionen algunas oficinas municipales.

 

Y en cualquier lugar -casi un símbolo de cómo se vive por allí- una bicicleta apoyada en una pared, sin cadena ni candado... sin cuidado alguno que la proteja de quien gusta de lo ajeno. Porque eso no existe allí, nadie se la va a llevar a ningún lado, salvo su dueño.

 

Todo lo descrito son cuestiones o situaciones pueblerinas que se adentran mansamente en las costumbres de las personas, casi sin que se den cuenta, sin que siquiera lo adviertan. Y está buena esa quietud de un sitio donde las urgencias son menores y el apuro no existe casi en ninguna circunstancia...

 

Un joven intendente.

 

Lonquimay tiene hoy unos 2.100 habitantes; y su municipalidad está a cargo de uno de los intendentes más jóvenes de la provincia. Manuel Feito es no obstante un vecino más, pero instalado por el voto popular en el máximo cargo que se puede ocupar en el pueblo.

 

Cualquiera puede recordar que antes en una localidad más vale pequeña -no sé si seguirá siendo tan así- además del jefe comunal revestían una categoría singular la maestra o el maestro, el director o la directora de la escuela, seguramente el comisario y, quizás, el cura párroco del lugar.

 

Tal vez eso se haya modificado un poco y la cosa sea más horizontal, entre los pobladores, aunque siempre habrá -más allá del intendente-, personajes interesantes y destacados en cada uno de esos lugares.

 

Hombre querido.

 

Ariel Nazareno Fiorucci (71) es un querido vecino de Lonquimay. De esos que con su cordialidad, su buen trato y su trabajo responsable fueron tejiendo relaciones fuertes. Se trata de una población en la que todos se conocen, y que tiene para quienes vivieron allí y hoy lo hacen en otro lado -y para los que permanecen sobre todo-, un significado singular... porque es difícil que no se unan en sus mentes la nostalgia de vivencias pueblerinas, con el afecto por las personas que crecieron a la par.

 

Una conjunción tan fuerte como para que muchos que un día partieron y no pudieron volver -porque las circunstancias de la vida los llevaron a otros lares-, digan como dice por ejemplo Juancito Quevedo -cantor y guitarrero- viviendo en España hace muchos años y añorando a sus pagos y los amigos que se quedaron: "Me fui mirando pa' atrás".

 

Los padres.

 

Ariel es hijo de Nazareno Fiorucci, nacido en La Gloria (por allí cerquita nomás) y de Emma Palmieri, nacida en la vieja Estancia "La Gaviota", en cercanías de Uriburu. "Sí, siempre fuimos de por aquí nomás...", expresa Ariel.

 

El mayor de los Fiorucci -nuestro entrevistado-, concurrió a la escuela del pueblo. Cuando falleció el papá, Don Nazareno -"era tornero y murió con 33 años, yo tenía tres años", precisa- fueron a vivir a la chacra de un tío junto a la abuela materna. El campo estaba a unos 5 kilómetros que era lo que tenían que recorrer con su hermano para ir a clases al pueblo, a la Escuela 35.

 

En Buenos Aires y Santa Rosa.

 

Llegaría el momento del secundario que hizo en el Instituto Catriló, desde donde egresó como Perito Mercantil. Fue el momento en que Ariel -que se había salvado del Servicio Militar- decidió probar suerte en Buenos Aires. "Tenía unos primos en Ciudadela que tenían una parrilla y trabajé con ellos un tiempo; hasta que pegué la vuelta y me vinculé al Molino Werner a través de Pampeana S.A en Santa Rosa (concesionaria de autos que funcionaba donde hoy está el Colegio Médico en Avenida San Martín). Ahí estuve 10 años hasta que me vine al cruce de la 35, con Remecó, eso del '71 al '80. Más tarde me desempeñé en la Planta de Silos de Feito e Hijos; y después desde 1998 y por seis años en la parrilla de la YPF que está la entrada del pueblo.

 

Cantores y guitarreros.

 

Cabe explicar que esta nota surge a partir del interés del propio intendente de la localidad por agasajar a un estimado vecino. Ariel tiene un único hermano -alguna vez también jefe comuna-, reconocido y polifacético personaje: guitarrero, cantor, poeta, futbolista, locutor y algunas cosas más.

 

Precisamente Ariel y Amílcar supieron formar un dúo en las fiestas de la Escuelita n° 35 con canciones que aprendían de lo que escuchaban en las radios, o que sacaban de la revista "Folklore" que salía en esa época.

 

Más adelante, años 1966 y 1967 compusieron con Oscar "Chino" García, Miguel Carnicelli y Daniel "Sapo" Cañada lo que llamaron "Las voces de Lonquimay".

 

La familia.

 

Con el paso de los años, al regresar de Capital Federal donde estuvo algún tiempo, Ariel se puso de novio con Mónica Susana Rodríguez. Fueron 7 años de noviazgo, luego el casamiento y la llegada de sus hijos, Emanuel (32) y Vanina (29). El joven es cheff -estuvo viviendo y estudiando en Santa Rosa-; y prepara viandas de comidas; en tanto su hermana es la que se encarga de atender a los parroquianos que cada día almuerzan -o cenan los fines de semana- en el restaurante del Lonquimay Club, del que papá Ariel tiene la concesión desde el 12 de agosto de 2005.

 

"Compre Lonquimay".

 

La atención esmerada, platos riquísimos y a "precios acomodados" hicieron del restaurante un lugar habitual de muchos comensales, del mismo Lonquimay pero también de localidades vecinas. "La verdad es que llegan muchos viajantes, también otra gente que trabaja en alguna empresa por aquí, y los fines de semana vienen de Catriló, Uriburu, e incluso de Santa Rosa", dice con cierto orgullo Ariel.

 

"Hacemos minutas, pero son famosos nuestros fiambres caseros... una de las atracciones. Y sí, tenemos precios razonables".

 

Y es su hijo Emanuel el que apunta un dato interesante: "La verdad es que papá siempre apostó al 'compre Lonquimay'. Aquí en el pueblo compra el pan, la bebida, la carne y todo lo que podemos... muchos clientes vienen enviados desde el hotel (ubicado sobre la ruta) Altos del Adonai, y así hemos tenido en el salón uruguayos, brasileños y peruanos", completa.

 

El golpe de la pandemia.

 

También Susana hace su aporte: "Ariel tiene un carácter especial, nunca se enoja; y en la cocina es muy meticuloso, por eso nos fue bien", sostiene.

 

De todos modos ella no deja de reconocer que la pandemia "fue un golpe, por las restricciones que hacían que no pudiéramos abrir; o que lo hiciéramos unos días y después debíamos cerrar... lo que sí tenemos que reconocer es que desde el club fueron muy considerados. Alguna vez no nos cobraron el alquiler, y en otra oportunidad el secretario nos dijo 'no se hagan problemas. Este mes el alquiler lo pago yo'. Por eso pudimos llegar hasta aquí", afirmó.

 

120 mil comensales.

 

"La verdad es que la gente nos comprendió... y somos muy agradecidos por eso. Pero también tenemos que decir que es un trabajo muy esclavo, y son 17 años de dedicarle todo a esto. He pasado más horas aquí que en mi casa", asegura Ariel.

 

Y tira un dato más que interesante: "Me tomé el trabajo de hacer una evaluación de cuánta gente pasó por estas mesas", nos dice mientras nos invita -a mí a Rodrigo, el fotógrafo- a probar los platos del almuerzo. "Sí, la cuenta que saqué es que en estos 17 años han sido más de 120 mil comensales que estuvieron comiendo aquí", se ufana.

 

"A lo de Ariel".

 

"Ir a comer a lo del Ariel" para los lonquimayenses "es un clásico de muchos años. Para nosotros los que vivimos aquí, o visitantes ya clientes que pasan por la localidad". El que dice lo suyo es un amigo -¿son todos amigos allí?-, y no es otro que Manu Feito, el intendente de Lonquimay. Y uno de los que sumaron para la despedida que le preparan a Fiorucci el domingo próximo.

 

"Esta despedida de Ariel y su familia de lo que vienen haciendo no es sólo de sus clientes sino de todo el pueblo. Y por eso en nombre de la municipalidad les deseamos la mayor suerte en esta nueva etapa que viene. Atento a que es un restaurante que está en un lugar muy visible, en la entrada del pueblo, es un ejemplo para destacar que todo debe ir por la cultura del trabajo", subrayó.

 

Lo que viene.

 

Vendrá para Ariel y su familia un tiempo distinto. Quizás un poco más sosegado, con menos obligaciones, aunque él de alguna manera algo va a seguir haciendo sobre todo vinculado al emprendimiento que su hijo Emanuel tiene en marcha. Por su parte Susana ya tiene lo suyo: "Estoy trabajando en la tienda de Ana María Pezzola: Estuve allí durante diez años y ahora volví hace unos dos meses... y me gusta mucho lo que hago así que sí, tengo en qué entretenerme", expresa.

 

Emanuel, como quedó dicho, es Técnico Superior en Gastronomía, tiene servicio de viandas y de catering ofreciendo pata de ternero, y mesa de dulces y postres. "Papá lo que va a hacer es producir le mesa de fiambres caseros que vamos a comercializar en mi local, Casa Gourmet Don Juanca", completa el joven.

 

Un agradecimiento.

 

En localidades pequeñas hay sucesos que tornan en grandes acontecimientos. A lo mejor, visto desde más lejos, tal vez que una familia como en este caso deje de atender un restaurante -y por más que lo haya hecho durante varios lustros-, podría aparecer como un tema de menor significancia. Pero aquí es distinto.

 

Afortunadamente la cercanía ha permitido conocer el esfuerzo y la dedicación con que llevaron adelante la tarea y ha hecho que se valore como corresponde... Sí, por eso el domingo 9 de octubre más de medio millar de amigos se reunirán en un almuerzo en el Polideportivo para manifestarles su agradecimiento.

 

Una más de las pequeñas historias de un pueblo como tantos... la de Ariel Fiorucci y su familia, que vivirán entonces un día inolvidable...

 

Los que abonaron a la historia.

 

Lonquimay, como todo pueblo tiene sus festividades tradicionales y ricos personajes que abonaron a su historia.

 

Por supuesto que el Lonquimay Club -que luce en su camiseta de fútbol los colores de Boca- tiene un lugar de preponderancia en la sociedad.

 

Justamente su comisión directiva es encabezada hace años por Oscar Carnicelli (paradójicamente hincha de Ríver); y lo acompañan Mario Dìaz, Ana Weigun, Iván Herrera, Eduardo Rego, Alejandro Iglesias, Mario Vázquez, Jonatan Vázquez y Nélida Diez.

 

En Lonquimay se hace todos los años el primer sábado de febrero la Fiesta Provincial del Novillo, que es organizada por el club; y la de la Tradición el 12 de noviembre de cada año que tiene a su cargo el Centro Tradicionalista Rebenque y Guitarra.

 

Se destacaron.

 

Entre las personalidades destacadas de su historia no puede dejar de mencionarse a Daría Herrero de Hernández, una de las damas más destacadas de la localidad, que tuvo mucho que ver con la puesta en marcha del Colegio Secundario, que incluso funcionó muchos años en su propia casa. Pero también hay que mencionar a Florentina Martín, partera, una de las fundadoras de "Caridad Cristiana", la primera institución del pueblo allá por 1920

 

El doctor Silva, y otros.

 

Y hay muchos y muchas más. Como el médico histórico, que se afincó allá por 1943 y no se fue nunca más: el doctor Ariel Silva.

 

Y además otros como Amílcar Fiorucci, con medio siglo en el folklore; Juancito Quevedo hoy viviendo en Madrid; Lucas Arrieta tenor del teatro Colón; Daniel Gómez que está jugando fútbol en la Liga de Venezuela; Juan Tamborini campeón argentino de Mecánica Nacional en 1948.

 

Hubo muchas personas que llevaron el nombre de Lonquimay a todos lados y lo hicieron conocido. Y como no mencionar a Vicente Montero, fundador de la fábrica de jabón que se vendió en otras partes del país.

 

Cuna del turf.

 

El turf tuvo también sus exponentes. Y así hay que hablar de Francisco Miracoa, haras llevó caballos hasta Estados Unidos.

 

Un amigo burrero mencionó a los hermanos Valenzuela, que tuvieron una famosa yegua llamada "Ironía" que se imponía en cuanta cuadrera la anotaban. Después estaban los De La Mano, El Gringo Tarquini; y José María Boullón que tuvo a "Almagro", un gran caballo.

 

Y ni que hablar de Aldo y Paco Cañada, jinetes espectaculares. En el pueblo se han corrido grandes clásicos y por eso se llegó a llamar a Lonquimay "la cuna del turf".

 

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