Domingo 27 de julio 2025

Cuidar los tejidos sociales

Redaccion 10/03/2021 - 22.14.hs

La idea de la «cancelación» como dispositivo de lucha cultural debería ser examinada. Una cosa es voltear estatuas de esclavistas y otra muy distinta es cuestionar íntegramente la obra de escritores del siglo XIX.
JOSE ALBARRACIN
Pocos meses atrás, en medio de la pandemia, dejó de publicarse en Paris una revista cultural de larga data, «Le Débat». El hecho podría no despertar mayores preocupaciones -sobre todo en estos recónditos parajes del Sur- de no ser por su fuerte componente simbólico. La revista que fundó la editorial Gallimard, que tuvo entre sus colaboradores a Michel Foucault y Claude Lévy-Strauss, y que representaba la meca para la izquierda intelectual francesa, cerraba sus puertas en reconocimiento de una derrota, a manos de otra corriente de izquierda combativa, inspirada tan luego en ideas norteamericanas.

 

1980.
En el año de su fundación, nadie ponía en duda la preminencia de los intelectuales franceses, su original mezcla de filosofía y ciencias sociales, y su influencia en las universidades de todo el mundo. La idea de que el país que exportó la revolución democrática a todo el mundo -y que durante todo el siglo XX basó su identidad y poderío en la cultura- pase a ser influenciado por movimientos culturales del otro lado del Atlántico, aparece como extraña.
Sin embargo, este es un debate central en la Francia actual, y no sólo entre los intelectuales de izquierda. El propio presidente Emmanuel Macron se ha mostrado preocupado por esta tendencia, adelantando que hará lo posible por resistirla. Nadie podría acusar a Macron de izquierdista, pero no hay mayores dudas sobre sus quilates como intelectual.
¿Cual es el problema con estas nuevas tendencias? Quien parece resumirlo mejor -en un artículo publicado, tan luego, en Le Débat- es Yves Charles Zarka, para quien existe «una ola intelectual gigantesca que viene de Estados Unidos» que implica prácticas ajenas a la tradición cultural francesa, tales como «reescribir la historia, censurar la literatura, voltear estatuas, e imponer una visión racialista de la sociedad».

 

Floyd.
No es una casualidad que estos hechos coincidan con el auge del movimiento «Black Lives Matter» («Las vidas de los negros importan») que tuvo su auge el año pasado en EEUU tras la muerte -entre muchos otros- de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis. Ese movimiento tuvo innegables repercusiones en Francia, donde las minorías raciales, y en particular la árabe-musulmana, pretenden introducir con énfasis una llamada «política identitaria».
La vieja guardia intelectual francesa está lejos de minimizar la problemática planteada por la cuestión racial en su país, pero entiende que tanto su tradición cultural como histórica difieren ampliamente de la situación de EEUU, un país que creció económicamente al calor de tres siglos de esclavitud, y que mal ha logrado, al día de hoy, superar esos vestigios atávicos.
Les preocupa, además, que esta visión se centre tanto en el individuo, dejando de lado al pueblo, lo cual sería también una señal del origen norteamericano de este pensamiento. Y, por sobre todas las cosas, los espanta esa práctica llamada «cultura de la cancelación» que implica necesariamente una forma de censura.
Por ejemplo, el movimiento «#Metoo», de las mujeres norteamericanas contra la violencia sexual, promueve el boicot contra la obra de artistas incursos en este tipo de conductas, que lleva ya una larga lista de afectados, de los cuales el cineasta Woody Allen es el más nombrado últimamente. Feministas francesas -con Catherine Denéuve a la cabeza- han tratado de matizar este tipo de planteos.

 

Cancel.
La idea de la «cancelación» como dispositivo de lucha cultural, debería someterse a un análisis crítico más riguroso. Una cosa es voltear las estatuas de líderes esclavistas en el sur estadounidense -práctica impensable en buena parte de Europa- y otra muy distinta es cuestionar íntegramente, y desde la perspectiva cultural y política de nuestros días, la obra de escritores del siglo XIX como Mark Twain.
Entre nosotros podría decirse algo parecido respecto de Domingo Sarmiento, considerado por muchos el más grande escritor argentino del siglo XIX, para no hablar de su aporte a la educación pública, que es la gran democratizadora de las sociedades. La idea de «cancelar» a Sarmiento, volteando sus estatuas y boicoteando su obra literaria, por un par de párrafos en los que expresa una visión racista hacia los pueblos originarios -repudiable pero muy extendida en su tiempo- merecería un análisis más detenido.
Y es que, como ya se ha señalado en la propia Francia, hay un punto en el que estas prácticas de supresión («escrache» se le llama acá) del adversario, y este énfasis puesto en la cuestión racial, le vienen como anillo al dedo a sectores decididamente reaccionarios como el que allá representa Marine Le Pen, que corre a Macron por derecha.
Las luces de alarma ya se encendieron por estos lares, y se han alzado las voces de intelectuales de fuste como Rita Segato, o como Diana Maffia, para quien «vale la pena tejer, cuidar y reparar los vínculos sociales y no sólo eliminarlos».

 


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