Miércoles 24 de abril 2024

Los asuntos en juego son demasiado importantes

Redacción 03/12/2023 - 10.27.hs

Henry Kissinger nació hace cien años en el seno de una familia judio-alemana, que en 1938 y a último momento logró escapar del infierno nazi. Convertido en soldado norteamericano, el joven Henry volvió luego a Alemania, donde participó de la liberación de un campo de concentración, y pudo presenciar en directo lo que aquel régimen totalitario había hecho con sus congéneres. Cualquiera diría que una experiencia semejante le hubiera servido para cultivar las virtudes de la empatía y la compasión. Contrariamente, aquel joven creció hasta ser uno de los hombres más poderosos del mundo, y fue responsable de centenas de miles de crímenes de guerra.

 

Nixon.

 

Durante los ocho años que llevaron las dos presidencias de Richard Nixon (la segunda, completada por Gerald Ford tras su destitución) entre 1969 y 1977, Kissinger ejerció el doble cargo de asesor de seguridad y secretario de estado (equivalente a nuestro ministro de Relaciones Exteriores), una inédita concentración de poder que le permitió moldear el mundo de la guerra fría.

 

Este es el mundo en que crecimos los latinoamericanos que ya peinamos canas: uno en el cual se nos decía que los EEUU llevaban adelante una guerra contra la URSS en defensa de la democracia, la libertad y el bienestar económico. Los mismos EEUU que en nuestro continente promovían la instalación de dictaduras atroces, que arruinaron y endeudaron a sus pueblos, destruyeron sus libertades y provocaron decenas de miles de muertes y desapariciones.

 

Documentos oficiales desclasificados apuntan a Kissinger como promotor y co-autor del plan que derivó el golpe de estado contra Salvador Allende en Chile, hace medio siglo. La experiencia inédita de un presidente socialista elegido en las urnas (que en Europa no se daría sino tres lustros después) le resultaba intolerable. "Los asuntos en juego son demasiado importantes para dejarlos en manos de los votantes chilenos", supo decir, sin ruborizarse siquiera.

 

Vietnam.

 

Pero no sólo en nuestro continente anduvo promoviendo genocidios. Su testaruda obsesión con la guerra de Vietnam, que hizo escalar hasta niveles delirantes, llevó también al bombardeo de dos naciones vecinas, Camboya y Laos, adonde los EEUU arrojaron más explosivos que todos los que usaron en la Segunda Guerra Mundial contra Alemania y Japón. En Camboya se calcula que murieron unas 250 mil personas. En Laos, las bombas sin explotar siguen matando o discapacitando a civiles inocentes (muchos de ellos, niños) hasta el día de hoy.

 

La orden de Kissinger a los militares en este frente era clara: "disparen todo lo que vuele, contra cualquier cosa que se mueva en tierra".

 

Sus huellas digitales están marcadas, también, en el genocido perpetrado por Pakistán contra la población de Bangla Desh, y en el que llevó adelante Indonesia contra Timor del Este. Debajo de toda esta carnicería, el pensamiento del gran diplomático estaba claro: no todos los seres humanos son iguales, y casi todos son descartables, porque el fin justifica los medios.

 

Inútil.

 

Lo curioso es que tras esta sumatoria de atrocidades, los resultados concretos de su política exterior mal podrían ser calificados como exitosos.

 

Fue bajo su atenta mirada que los EEUU fueron humillantemente derrotados en Vietnam. En Camboya, el injustificado ataque norteamericano desestabilizó al país y permitió el ascenso al poder del partido comunista Khmer Rouge (que luego cometió su propio genocidio, pero eso es otra historia).

 

La famosa apertura con China, que Kissinger promovió -sobre todo- para aislar a la Unión Soviética, derivó en que Beijing, aprovechando astutamente la oportunidad, produjera un impresionante desarrollo en su economía, que hoy disputa la hegemonía mundial a Washington. Y, por cierto, el actual status de Taiwan ("la próxima Ucrania"), se debe a los negociados diplomáticos del viejo Henry, quien aceptó sin chistar la soberanía china sobre la isla, un principio que se mantiene hasta hoy.

 

Sin embargo, no le fue nada mal tras su salida del gobierno. Lejos de afrontar alguna responsabilidad por sus múltiples crímenes (de hecho, le concedieron el Premio Nobel de la Paz) pudo fundar un lucrativo negocio de consultoría -sobre la base del tráfico de influencias- al que le dedicó la segunda mitad de su vida. Aunque en su propio país fue perdiendo influencia, continuó siendo el niño mimado de los poderosos del mundo, que pagaban buen dinero por escuchar, en sitios como el foro de Davos, su voz aguardentosa y su inglés con acento idish.

 

Si hay un dato que puede servir para comprobar su estatura internacional, es una de sus últimas fotos públicas, tomada en ocasión de su reunión con el presidente chino Xin Jinping.

 

Murió en la paz de su hogar el pasado miércoles. Ya no será posible el sueño de su compatriota Anthony Bourdain, quien escribió: "Una vez que has estado en Camboya, nunca dejarás de desear matarlo a trompadas a Henry Kissinger. Si presenciás lo que él hizo, nunca entenderás por qué no está en la cárcel en La Haya al lado de Miloševi?”.

 

PETRONIO

 

Foto: es.wikipedia.org

 

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